La semana pasada venció el plazo para que Lukoil vendiera la refinería Petrotel de Ploieşti. El aire en el corazón petrolero de Rumania está cargado de preocupación e incertidumbre, no sólo por la economía, sino también por los más de 2.000 trabajadores cuyos puestos de trabajo se ven ahora amenazados.
Lo que una vez fue un bullicioso distrito industrial es ahora un signo de mala gestión, inacción gubernamental e incluso de cómo la geopolítica puede lastrar las industrias de una nación. Las sanciones internacionales contra empresas petroleras rusas como Lukoil y Rosneft han tenido efectos en toda Europa. Han interrumpido las cadenas de suministro y han dejado sin vía de escape en los puertos europeos a unos 50 petroleros que transportaban crudo ruso.
En Rumanía, el impacto ha sido terrible: Petrotel Lukoil, que lleva en activo desde 1998, ya no puede encontrar un lugar seguro. El gobierno no comprará la refinería directamente debido a la creciente presión internacional. Para muchos, esto se ha visto como una medida insegura que podría transformar el país en un «polvorín económico», según el vicepresidente de AUR, Marius Lulea. Algunos funcionarios creen que la intervención del Estado podría salvar puestos de trabajo y garantizar que los suministros locales no han quedado aislados de la demanda. Pero puede que la coalición gobernante crea que el riesgo de esa «nacionalización» es mucho mayor que sus beneficios a corto plazo. Señalan que existen riesgos financieros de enorme magnitud y que la inestabilidad política acompañaría sin duda a esta postura. Es diferente de otros países de la UE que tienen más intervencionismo. La mayoría de los afectados por esta refinería son un grupo de 2.000 trabajadores. No están muy seguros de lo que les ocurrirá a continuación, ya que las conversaciones se alargan cuando no hay ningún comprador a la vista.
Funcionarios del gobierno y dirigentes sindicales han manifestado su enfado. El Ministerio de Economía apenas ofrece promesas ambiciosas, y eso es un peligroso vacío de visión. El sector petrolero rumano ya está pasando apuros, debido a problemas de infraestructura y a la fluctuación de los precios mundiales del petróleo. Esta confusión está causando problemas aún mayores. Petrotel Lukoil está en la cuerda floja, lo que significa que el país puede perder una importante fuente de producción industrial y energética. El cierre de la refinería podría provocar muchos despidos y menos ingresos fiscales, así como tensión social, para ciudades como Ploieşti.
En otras partes de la UE, los gobiernos han sido más agresivos. En Alemania e Italia, las autoridades han tomado temporalmente el control de activos de propiedad rusa, a menudo en nombre de la seguridad nacional, para mantener los puestos de trabajo y los flujos de energía hasta que pudieran encontrarse compradores estables no rusos en otros lugares. Se trata de formas muy polémicas, pero factibles, que dejan margen para un cambio estratégico.
Otros dos vecinos de Europa Oriental, Hungría y Bulgaria, adoptan una postura más equilibrada. Hablan con empresas rusas mientras buscan otras alternativas, con ayuda a veces de fondos de la UE. La diferencia refleja lo poco que Rumanía puede conseguir, ya que la preocupación por el riesgo ruso ha impedido a veces al gobierno actuar. Muchos comentaristas y ex funcionarios, entre ellos el ex presidente Traian Băsescu, insisten en que el gobierno actual debería haber acordado plazos más largos con el Tesoro estadounidense, cuyo régimen de sanciones tiene un gran impacto en las empresas rusas en el extranjero. Las operaciones rumanas de Lukoil están luchando contra este déficit, su respuesta es lenta y carecen de visión estratégica. Parece cada vez más difícil que puedan salir de esta situación. Algunas de estas decisiones indican que el gobierno, colectivamente, no ha mantenido los sectores clave a salvo de los choques procedentes del exterior. En lugar de utilizar las normas y los conocimientos de la UE como guía, los responsables políticos han tomado la decisión de evitar el riesgo en lugar de confiar en las normas y los conocimientos de la UE. A algunos les parece una decisión sabia, pero no hace mucho por salvar al país de un daño económico real.
Los críticos de la derecha argumentan que la industria petrolera sólo podría evitar el desastre si sus políticas son transparentes y rigurosas, y se basan en una negociación cuidadosa y no en ilusiones. El gobierno se enfrenta a presiones para «nacionalizar» activos grandes y problemáticos, pero tiene otro imperativo: Proteger los puestos de trabajo y atender a las comunidades afectadas. La experiencia europea demuestra el camino: Proteger brevemente la industria, regatear duramente y buscar opciones de salida que equilibren el riesgo con las necesidades locales.
Rumania debe aprender de estos errores antes de que pierda su activo petrolífero más importante, no sólo a causa de las sanciones, sino también porque el gobierno no sabe decidirse.