
Suecia es uno de los pocos países de Europa Occidental donde un antiguo partido liberal tradicional ha decidido cooperar con un partido que pertenece a la nueva derecha nacionalista y conservadora. Durante algo más de tres años, cuatro partidos han gobernado juntos Suecia. Tres de ellos han estado en el gobierno y un cuarto ha estado fuera, pero este cuarto partido es el que más ha influido de los cuatro en las políticas que seguiría el gobierno.
Si esta alianza de derechas gana las elecciones parlamentarias que tendrán lugar en septiembre del año que viene, el partido que hasta ahora ha estado fuera, los Demócratas Suecos, exigirá ser incluido en el gobierno. El líder del partido, Jimmie Åkesson, ha sido claro al respecto.
La desconfianza previa que muchos suecos han tenido hacia el partido hizo que, tras las elecciones de 2022, la dirección del partido aceptara una situación en la que el partido quedaba fuera del gobierno, pero influía en las políticas de éste con la ayuda de un acuerdo público que regulaba lo que se aplicaría durante el periodo del mandato. Quedar fuera del gobierno a pesar de que el partido formaba parte de la base mayoritaria del gobierno fue el precio que el partido pagó por poder participar en el dictado de la política gubernamental por primera vez.
Pero ahora el líder del partido, Jimmie Åkesson, ha declarado que si el bloque de derechas vuelve a ganar, el partido tendrá puestos ministeriales. No aceptarán que se prolongue la situación actual.
Y esto ha provocado verdaderos ataques de ansiedad en el partido más pequeño y menos conservador de los tres que forman parte del gobierno sueco. El Partido Liberal ha recibido dividendos por sus políticas durante el periodo de mandato. Han podido ocupar importantes puestos ministeriales para las escuelas, la enseñanza superior, el mercado laboral y la integración. Pero en lugar de publicitar sus éxitos políticos, el partido se ha dedicado a mantener un debate a cara descubierta sobre si el partido debería llegar a ofrecer a los Demócratas Suecos puestos ministeriales.
Y ahora la nueva dirigente del partido, Simona Mohamsson, de 31 años y nacida en Oriente Medio aunque ella misma nació en Alemania, ha tomado su decisión. Se ha visto obligada a escuchar la fuerte opinión en su partido que amenazaba con abandonar la organización del partido si la dirección del partido aceptaba a los Demócratas Suecos en el gobierno. Por tanto, su mensaje fue que estaría encantada de continuar la colaboración con todos los partidos que ahora forman parte de la base del gobierno -incluso subrayó que ha funcionado muy bien-, pero que no aceptará que los Demócratas Suecos reciban puestos ministeriales.
La irritación que el anuncio despertó entre los demás partidos de la coalición fue inconfundible. Representantes anónimos de los otros dos partidos del gobierno se dirigieron a los medios de comunicación y declararon que los Liberales estarían encantados de abandonar el Riksdag en las próximas elecciones. Ahora mismo, a los tres años de mandato, están en el 2,5% en las encuestas de opinión, y los partidos necesitan el 4% para entrar.
Pero lo interesante sigue siendo ver lo doloroso que resulta para los viejos partidos liberales aceptar a la nueva derecha nacionalista como socio de coalición de pleno derecho. Y ello aunque no tengan objeciones políticas de fondo. No es la política lo que está mal, sino el domicilio ideológico.
Los liberales parecen vivir en las contradicciones del pasado, donde el liberalismo occidental se definía por su oposición al tradicionalismo occidental. Pero hoy no son los occidentales, los europeos, quienes representan los valores más tradicionalistas y contrarios al progreso en nuestras sociedades occidentales, sino las personas que, de diversas maneras, profesan un islamismo a veces violento. Y aquí, quizá los liberales necesiten comprender que pueden unir sus manos a las fuerzas más conservadoras y nacionalistas de nuestros países europeos para defender lo que podemos llamar nuestros valores liberales comunes.
Partes de los liberales lo han comprendido. Pero otras partes se aferran a los viejos conflictos. Para éstas, es imposible a largo plazo cooperar plenamente con un partido nacionalista.
Desgraciadamente, el resultado en Suecia corre el riesgo de ser que la derecha se debilite y que la izquierda pueda recuperar el poder gubernamental y, con ello, frenar también la restauración conservadora, tan importante tanto en Suecia como en toda Europa.