Salud - junio 22, 2025

En mayo, Uisce Éireann, la autoridad nacional irlandesa encargada del suministro de agua, prohibió el uso de mangueras en condados como Dublín, Cork y Galway, alegando que el nivel de los embalses era muy bajo y que las redes de suministro estaban saturadas.
Estas restricciones, que prohibían el uso no esencial del agua, como regar el jardín o lavar el coche, perturbaron por igual a hogares y empresas. Y lo que es más alarmante, Uisce Éireann también señaló otras 17 zonas, desde pueblos rurales a centros urbanos, como en riesgo de medidas similares, con todos los suministros bajo “estrecha vigilancia”.
Para un país rodeado de agua y caracterizado por el tipo de clima que hace llover en abundancia, esto es indicativo de un fallo sistémico, como revela incluso el examen más somero.
La realidad es que las infraestructuras hídricas de Irlanda sufren décadas de falta de inversión. Esto ha dado lugar a una red de tuberías chirriante y llena de remiendos que ahora se ve aún más lastrada por el peso del crecimiento demográfico, la expansión urbana, el aumento de la demanda de viviendas y las fugas crónicas.
Uisce Éireann ha informado de que el 37% de toda el agua tratada del estado se pierde diariamente por fugas, una cifra que, aunque ha mejorado desde el 46% de 2018, sigue siendo escandalosamente alta.
En Dublín, el índice de fugas es del 33%, y en algunas redes antiguas se acerca al 50%. Esto no es sólo ineficacia; es una traición a los contribuyentes que financian el tratamiento y la distribución del agua sólo para verla desvanecerse en el suelo.
El reciente debate en el Dáil sobre Uisce Éireann, celebrado en abril y previo a la prohibición de las mangueras, puso al descubierto la magnitud de la crisis y la frustración que siente todo el espectro político.
El Ministro de Vivienda, James Browne, comenzó defendiendo los esfuerzos del Gobierno, citando un aumento de la inversión de capital de 300 millones de euros en 2014 a 1.300 millones de euros en 2024, con otros 16.900 millones de euros previstos para 2025-2029. Calificó la creación de Uisce Éireann como empresa nacional única en 2013 como una reforma “de primera clase”, argumentando que ha racionalizado servicios que antes estaban fragmentados en 31 autoridades locales. Sin embargo, el coro de críticas de los diputados pintó un panorama de retrasos, falta de rendición de cuentas y comunidades literalmente abandonadas a su suerte.
El diputado Cormac Devlin destacó la peligrosa dependencia excesiva de Dublín del río Liffey, que suministra el 85% del agua de la zona metropolitana de Dublín. Advirtió que, sin el Proyecto de Abastecimiento de Agua del Este y los Midlands, de entre 4.600 y 6.000 millones de euros, que extraería agua del Shannon, la región se enfrenta a una crisis de abastecimiento a finales de la década de 2020.
El diputado Peter Cleere habló de pueblos rurales de Carlow-Kilkenny, como Mullinavat e Inistioge, donde la inadecuada infraestructura hídrica ahoga el desarrollo de viviendas, obligando a las familias jóvenes a trasladarse y erosionando la vitalidad de la comunidad. El diputado Eoin Ó Broin citó al propio presidente de Uisce Éireann, Jerry Grant, que describió el sistema hídrico como en un “estado desesperado” debido a la “extraordinaria complacencia” respecto a la inversión. El llamamiento de Grant para que el gobierno adopte un nuevo enfoque fue secundado por los diputados que denunciaron la lentitud de Uisce Éireann y su escasa comunicación con los representantes locales.
Las preocupaciones medioambientales también ocuparon un lugar destacado. La diputada Jennifer Whitmore citó el informe 2024 de la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA), que reveló que el 50% de las depuradoras de aguas residuales urbanas de Irlanda no cumplen las normas de la UE, y que diariamente llegan a ríos y estuarios aguas residuales sin depurar equivalentes a la producción de 40.000 personas. Señaló que muchos incidentes se deben a fallos operativos básicos, como averías de las bombas no supervisadas, y no a la falta de grandes infraestructuras. El diputado Malcolm Byrne elogió la finalización de la planta de aguas residuales de Arklow, pero lamentó que pueblos como Aughrim y Ferns-Camolin sigan atascados por limitaciones de capacidad, y que no se prevean mejoras hasta 2029.
El debate también puso de manifiesto el déficit de responsabilidad de Uisce Éireann. Diputados como Pat Buckley y George Lawlor relataron las dificultades de sus electores para obtener respuestas de la empresa, y algunos, residentes con enfermedades graves, se quedaron sin agua para la higiene básica. La diputada Catherine Callaghan describió la espera de seis años de un promotor inmobiliario de Carlow para la mejora de una planta de aguas residuales, que paralizó 48 viviendas hasta 2031. Estas historias ponen de relieve una empresa de servicios públicos que, a pesar de sus 2.200 millones de euros de financiación del Tesoro para 2025, parece desconectada del público al que sirve.
Hay razones de peso para argumentar que esta crisis es un caso de libro de fracaso gubernamental. Los servicios esenciales, como el suministro de agua, deberían ser una función estatal básica, prestada de forma eficiente y fiable. En cambio, Irlanda tiene una empresa de servicios públicos que, aunque es de titularidad pública, es criticada habitualmente por funcionar como un monopolio privado.
La transición de Uisce Éireann de 31 autoridades locales debía aportar economías de escala y experiencia, pero cada vez hay más pruebas de que ha creado un behemoth burocrático que tiene dificultades para responder a las necesidades locales.
El debate en el Dáil reveló una frustración casi generalizada entre los diputados, a quienes les resulta “imposible” obtener respuestas del enlace de Uisce Éireann con el Oireachtas o conseguir intervenciones oportunas para los electores.
El problema de las fugas es especialmente irritante. Perder el 37% del agua tratada no sólo es un despilfarro, sino que plantea profundas cuestiones de responsabilidad fiscal. Cada litro perdido es un litro que los contribuyentes irlandeses han pagado por tratar. Aunque el plan del gobierno de reducir las fugas al 25% para 2030 es bienvenido, se reconoce claramente que es demasiado lento. Desde hace más de una década no cesan las peticiones de medidas más urgentes, sobre todo para dar prioridad a la sustitución de las tuberías y aprovechar la tecnología para la detección de fugas.
Los grandes proyectos, como el oleoducto de Shannon y el plan de drenaje del Gran Dublín, siguen retrasándose en medio de una creciente preocupación por la posible expropiación forzosa de tierras agrícolas y de labranza donde se cruza la construcción del oleoducto.
La crisis de la vivienda, el problema social más acuciante de Irlanda, está también inextricablemente ligada a la infraestructura del agua. Políticos irlandeses de todos los partidos han destacado repetidamente cómo los sistemas anticuados paralizan los desarrollos, disparando los costes y agravando la escasez. Aunque la vivienda se considera una prioridad máxima para el gobierno irlandés, hay pruebas claras de que las empresas de servicios públicos como Uisce Éireann no tienen ni de lejos el tipo de presupuestos de capital necesarios para cumplir los objetivos nacionales de vivienda.
La promesa del gobierno de financiación adicional a través de la revisión del Plan Nacional de Desarrollo es un indicio de que hay que hacer más en este ámbito.
Irlanda, por supuesto, no es la única que se enfrenta a la escasez de agua. En España, Cataluña ha impuesto estrictas restricciones de agua desde 2024, con los embalses en mínimos históricos debido a la prolongada sequía. Los habitantes de Barcelona se enfrentan a limitaciones en el lavado de coches y el llenado de piscinas, muy parecidas a las prohibiciones irlandesas de las mangueras. Los retos de España se derivan de problemas como la extracción excesiva y, como en Irlanda, el envejecimiento de las infraestructuras agrava el problema.
En Portugal, la región del Algarve ha introducido un racionamiento de agua para la agricultura y el turismo, con embalses al 15% de su capacidad en 2025. Todo esto pone de manifiesto la necesidad de invertir a largo plazo en sistemas hídricos resistentes. Esta es una lección que los sucesivos gobiernos irlandeses han tardado en tener en cuenta.
Para resolver esta crisis, y la crisis asociada de suministro de viviendas, se han propuesto varias “soluciones”. Entre ellas, una importante reforma de Uisce Éireann para mejorar la capacidad de respuesta y un foro estatutario para los concejales locales, como sugiere el diputado Ó Broin, para mejorar la supervisión democrática.
Quizá lo más urgente sea la cuestión de la reducción de las fugas, que simplemente debe acelerarse mediante inversiones específicas en zonas con grandes pérdidas como Dublín.
Hay que acelerar proyectos importantes como el oleoducto de Shannon y el drenaje del Gran Dublín. También se ha pedido al gobierno que explore las asociaciones público-privadas para financiar la mejora de las infraestructuras. Sin embargo, para garantizar la salvaguarda de la propiedad pública, sería necesario un referéndum constitucional que lo consagrara.
Las prohibiciones de las mangueras y las advertencias de Uisce Éireann son síntomas de un fracaso más profundo a la hora de dar prioridad a las infraestructuras. El debate celebrado en abril en el Dáil puso de manifiesto un claro e inusual consenso entre los partidos sobre la urgencia de abordar esta cuestión.