
La industria siderúrgica mundial se enfrenta a dos emergencias: por un lado, la adopción de políticas proteccionistas en Estados Unidos, que culminan en los aranceles sobre el acero y el aluminio impuestos por la administración Trump; por otro, la creciente oleada de exportaciones de bajo coste procedentes de Asia, en particular de China, donde el sector se beneficia de importantes subvenciones estatales y de un exceso estructural de capacidad de producción. Según estimaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, el exceso de capacidad mundial superó los 600 millones de toneladas en 2023 y podría superar los 720 millones en 2025. Esto significa que las acerías de todo el mundo están produciendo mucho más de lo que el mercado puede absorber, generando una competencia a la baja que penaliza especialmente a los productores europeos, ya agobiados por unos costes energéticos más elevados y una normativa medioambiental más estricta. El resultado es un debilitamiento progresivo del tejido industrial del continente: numerosas plantas han reducido su actividad o suspendido la producción, mientras que sólo en 2024 se han perdido unos 18.000 puestos de trabajo. Europa se enfrenta así a un reto crucial: decidir si defiende su capacidad de producción o acepta un papel marginal en el nuevo equilibrio mundial.
LA RESPUESTA EUROPEA
La Comisión Europea anunció en marzo de 2025 su intención de presentar un plan de acción para el sector siderúrgico, en respuesta directa a los aranceles estadounidenses. El objetivo era doble: contrarrestar las medidas consideradas injustas por los socios comerciales y revisar los límites a la importación introducidos durante el conflicto del acero que comenzó en 2018. Estos límites, aún en vigor, expiran en junio de 2026, pero la intención de Bruselas es adelantar el plazo para garantizar una protección continua del mercado interior. El 7 de octubre de 2025, la Comisión formalizó su propuesta, esbozando un paquete de medidas de importancia histórica. El plan prevé reducir a la mitad la cantidad de acero que puede importarse a la Unión libre de impuestos, de 30,5 a 18,3 millones de toneladas anuales. Las importaciones que superen este umbral estarán sujetas a un arancel del 50%, el doble del nivel actual del 25%. La iniciativa, calificada de necesaria y urgente por la Presidenta Ursula von der Leyen, pretende restablecer el equilibrio competitivo entre los productores europeos y los competidores no europeos. La Comisión también ha introducido la llamada norma de fusión y colada, que exige a los importadores declarar dónde se ha producido realmente el acero. Esta medida obedece a la necesidad de evitar la evasión de derechos mediante el reetiquetado del origen de los productos, una práctica especialmente extendida en China, que a menudo exporta acero a través de países intermediarios.
EXCESO DE CAPACIDAD Y COMPETENCIA ASIÁTICA
La principal vulnerabilidad de la industria siderúrgica europea es la expansión de la oferta asiática. China, que produce más de la mitad del acero mundial, ha seguido apoyando a su industria mediante subvenciones públicas, alimentando una dinámica de dumping que se traduce en precios artificialmente bajos. El efecto dominó es evidente: Turquía, India, Vietnam y Corea del Sur -a menudo socios o intermediarios en la cadena de exportación china- se encuentran ahora entre los principales proveedores de acero de la Unión Europea. Para los productores europeos, este escenario se ha vuelto insostenible. Las acerías del continente funcionan actualmente al 67% de su capacidad. Con las nuevas medidas, Bruselas pretende restablecer la utilización de la capacidad al 80%, garantizando más empleo y estabilidad industrial. El fenómeno del exceso de capacidad no es sólo económico, sino también geopolítico. La disponibilidad de grandes cantidades de acero de bajo coste permite a China ejercer una influencia estratégica en los mercados mundiales, mientras que Europa corre el riesgo de perder no sólo competitividad, sino también autonomía en sectores clave como la automoción, las infraestructuras y la defensa. De ahí la creciente conciencia de que la cuestión del acero no puede tratarse simplemente como un asunto comercial, sino como un elemento de seguridad económica e industrial.
LA DIMENSIÓN TRANSATLÁNTICA: ENTRE COMPETENCIA Y COOPERACIÓN
Las nuevas medidas europeas se producen en un contexto de renovado enfrentamiento con Estados Unidos. A pesar de las tensiones derivadas de los aranceles estadounidenses sobre el acero y el aluminio europeos (del 50% y aún en vigor), Bruselas y Washington comparten un objetivo común: limitar el impacto del exceso de capacidad mundial y combatir las prácticas de dumping, especialmente las procedentes de China. Por ello, la Unión Europea pretende mantener un diálogo constructivo con Estados Unidos para desarrollar estrategias coordinadas de defensa industrial. Sin embargo, la decisión de aplicar también las nuevas cuotas a las importaciones procedentes del mercado estadounidense refleja el deseo de Europa de adoptar un enfoque equilibrado e independiente, basado en normas iguales para todos. Se trata de una diferencia significativa respecto a la política estadounidense, más selectiva y abiertamente proteccionista. En este contexto, la postura europea se define como una forma de «protección legítima», compatible con las normas de la Organización Mundial del Comercio. Bruselas no pretende iniciar una guerra comercial, sino reafirmar el principio de reciprocidad y competencia leal. El objetivo es proteger la industria europea sin comprometer la apertura del mercado, manteniendo aproximadamente el 10% del sector siderúrgico abierto a la competencia internacional.
SOBERANÍA INDUSTRIAL Y REINDUSTRIALIZACIÓN EUROPEA
La estrategia de la Comisión representa un cambio de paradigma en la política industrial europea. Por primera vez, la Unión afirma explícitamente el principio de soberanía industrial: la necesidad de preservar la capacidad de producción local como requisito previo para la autonomía económica y la seguridad estratégica. El Comisario de Política Industrial, Stéphane Séjourné, resumió el objetivo del nuevo plan con una fórmula clara: «reindustrializar Europa». El concepto va más allá de la mera defensa del sector siderúrgico; es un intento de restaurar la centralidad del sector manufacturero en una era de transición ecológica y competencia global. El debate en el seno de la Comisión fue intenso. Algunos comisarios abogaron por reducir la producción en serie centrándose exclusivamente en el acero «verde» o de muy alta calidad, compatible con los objetivos climáticos del Pacto Verde. Otros, en cambio, defendían la idea de mantener una industria diversificada capaz de producir acero para defensa, infraestructuras y automoción. Prevaleció la segunda línea, que vinculaba la protección del acero a una visión a largo plazo de la soberanía económica europea.
IMPLICACIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES
El nuevo paquete de medidas fue bien acogido por las principales organizaciones industriales. Eurofer, la federación de productores europeos, lo calificó de «punto de inflexión necesario», mientras que los sindicatos expresaron un cauto optimismo, destacando la posibilidad de salvaguardar miles de puestos de trabajo. Desde el punto de vista económico, la Comisión espera un impacto moderado en los precios: un aumento medio del 3%, equivalente a unos 50 euros más por un coche y 1 euro más por una lavadora. Bruselas considera que este efecto es un sacrificio sostenible en aras de la protección de la seguridad industrial y el empleo. Sin embargo, el éxito del plan dependerá también del apoyo político de los Estados miembros. Alemania, primer fabricante europeo de automóviles y gran consumidor de acero, aún no ha expresado una posición definitiva. Su apoyo será crucial para la aprobación de la medida.
PERSPECTIVAS E IMPORTANCIA ESTRATÉGICA
La Unión Europea pretende aprobar las nuevas normas antes del 30 de junio de 2026, cuando expira el actual régimen de cuotas. A diferencia de las medidas anteriores, que solían ser temporales y limitadas, el nuevo sistema está concebido como una protección estructural y permanente. Esto marca el paso de un enfoque defensivo a una política industrial proactiva, destinada a reconstruir la base manufacturera del continente. De cara al futuro, la estrategia europea del acero podría convertirse en un modelo para otros sectores estratégicos, como las baterías, los semiconductores y las tecnologías verdes, en los que la autonomía de producción se percibe cada vez más como un elemento esencial de soberanía. El reto no sólo afecta a la economía, sino a la propia identidad de Europa como potencia industrial. Defender el acero significa defender la capacidad de construir infraestructuras, vehículos y equipos de defensa: en otras palabras, la capacidad de Europa de desempeñar un papel protagonista en el nuevo orden mundial.
EL ACERO ES UN SÍMBOLO DE SOBERANÍA
El Plan Europeo del Acero 2025 representa un hito clave en la política económica de la Unión. Frente a la competencia desleal asiática y el proteccionismo estadounidense, Bruselas ha optado por reafirmar su autonomía productiva, sentando las bases de una política industrial basada en el equilibrio, la resistencia y la sostenibilidad. La decisión de reducir a la mitad los contingentes de importación y elevar los aranceles al 50% no es sólo una medida técnica, sino un acto político que redefine la relación de Europa con la globalización. En un mundo fragmentado por las tensiones económicas y geopolíticas, el acero vuelve a ser un símbolo de soberanía: un metal que, una vez más, marca la frontera entre la dependencia y la independencia industrial.