La guerra de Ucrania ha entrado en su cuarto año y, mientras el frente sigue inestable, la diplomacia corre a toda velocidad. Sobre la mesa hay dos arquitecturas de paz: el plan de Estados Unidos, construido en torno al trabajo del enviado especial Steve Witkoff, y la contrapropuesta europea, configurada por el eje Londres-París-Berlín y abrazada por las instituciones de la UE.
Son dos visiones diferentes no sólo de cómo detener los combates, sino de qué orden de seguridad debe sostener Europa tras la agresión rusa.
El plan de EEUU: alto el fuego rápido, neutralidad de facto, reintegración de Moscú
El llamado plan estadounidense de 28 puntos nació de una negociación a puerta cerrada entre Witkoff y el financiero ruso Kirill Dmitriev, próximo al Kremlin. Sus pilares principales son tres.
1. Cese de los combates y congelación de la línea del frente
Se reafirma formalmente la soberanía de Ucrania, pero la línea del alto el fuego coincide esencialmente con el frente actual. Kiev renunciaría a la reconquista militar del Donbás y otros territorios ocupados, posponiendo a posteriores negociaciones su «gobierno permanente». Políticamente, esto equivale a una casi legitimación de las ganancias territoriales de Rusia.
2. Una Ucrania neutral con limitaciones militares
El plan prevé que Kiev renuncie a entrar en la OTAN y acepte limitaciones en el tamaño y las capacidades de sus fuerzas armadas (sobre todo en misiles de largo alcance) a cambio de garantías de seguridad dirigidas por Washington. En la práctica, Ucrania se convertiría en un Estado tapón: formalmente independiente, pero neutral y vulnerable.
3. Un gran acuerdo económico con Rusia
En el plano económico, el texto abre la vía a la reintegración progresiva de Moscú en los circuitos internacionales: regreso al G8, suavización de las sanciones, acuerdos energéticos e industriales, incluso en el Ártico y otros sectores estratégicos. Para Kiev, se prevé un importante fondo de reconstrucción, financiado también con activos rusos congelados, pero con una fuerte presencia de capital estadounidense, especialmente en recursos naturales y tierras raras.
Junto a esto viene un capítulo político delicado: una amnistía muy amplia para los crímenes cometidos durante la guerra, elecciones presidenciales en Ucrania en un plazo muy breve y la creación de una «Junta de Paz» encargada de supervisar el acuerdo. En el borrador filtrado, este órgano estaría presidido directamente por el presidente estadounidense, con poderes sancionadores indirectos tanto sobre Kiev como sobre Moscú.
Las palabras de Witkoff, las reacciones de Zelensky y Putin
Steve Witkoff se ha convertido en el símbolo de las ambigüedades del plan. En algunas declaraciones públicas, el enviado sostuvo que la guerra «no fue necesariamente provocada por Rusia», vinculándola en cambio a las aspiraciones de Ucrania de ingresar en la OTAN. Es una lectura que se hace eco de la narrativa del Kremlin sobre la «amenaza» que supone Occidente en las fronteras de Rusia.
Para Volodymyr Zelensky, este planteamiento es inaceptable. El presidente ucraniano ha descrito el punto más crítico del plan como la idea de congelar la línea del frente, reconociendo de hecho como no ucranianos «territorios que Putin ha robado». Aceptarlo, ha explicado, significaría violar el principio de integridad territorial en el que se basa el orden internacional.
Zelensky ha reconocido que Kiev se enfrenta a «una de las presiones más duras» desde el comienzo de la guerra: Ucrania corre el riesgo de encontrarse ante una elección dramática, «entre la dignidad nacional y la pérdida de un socio clave». Pero su mensaje sigue siendo claro: ninguna paz que convierta al agresor en el vencedor político del conflicto.
Por otro lado, Vladimir Putin ha calificado el plan estadounidense de posible base para un «acuerdo de paz definitivo», al tiempo que criticaba la postura de Kiev y calificaba las exigencias ucranianas de «poco realistas». Es una forma de trasladar la responsabilidad de la continuación de la guerra a la víctima de la agresión, mientras Rusia mantiene su control sobre los territorios ocupados.
La contrapropuesta europea: más garantías para Kiev, menos recompensas para Moscú
La Unión Europea, inicialmente espectadora, reaccionó desarrollando su propia arquitectura de paz. Primero fue un documento informal de 12 puntos, luego una contrapropuesta completa de 28 artículos, que retoma y modifica el texto estadounidense.
Tres diferencias políticas son decisivas.
1. No al «no a la OTAN para siempre»
El proyecto estadounidense pretendía bloquear la neutralidad de Ucrania. El texto europeo suprime la prohibición explícita: La adhesión a la OTAN se presenta como una decisión futura de la Alianza, no como una opción cerrada para siempre. La puerta sigue entreabierta: una señal importante para Kiev y para las capitales del Este.
2. Vía europea y garantías de seguridad más sólidas
La UE reconoce explícitamente la perspectiva de adhesión de Ucrania a la UE y propone garantías de seguridad más sólidas: si Rusia ataca de nuevo, se reintroducirían automáticamente todas las sanciones y se desencadenaría una respuesta coordinada de los aliados. La idea es la de un «paraguas» occidental que no llega, por ahora, a un Artículo 5 formal.
3. Reconstrucción con activos rusos y una lógica de responsabilidad
Para la reconstrucción de Ucrania, el plan de la UE prevé el uso de activos soberanos rusos congelados, vinculando cualquier relajación de las sanciones al comportamiento de Moscú. El mensaje político es claro: quien lanza una agresión paga por los daños, no se le recompensa con una vuelta inmediata a la normalidad.
En el punto más delicado -los territorios ocupados-, la postura europea sigue siendo delicada: acepta la idea de un alto el fuego a lo largo de la línea del frente, pero insiste en que el destino de las regiones ocupadas debe ser objeto de negociaciones, sin ningún reconocimiento jurídico inmediato de las anexiones rusas. Se trata de un equilibrio inestable entre el realismo militar y el rechazo a sancionar una mutilación permanente de Ucrania.
Las voces europeas y el dilema de Occidente
Las instituciones de la UE reivindican una línea de «paz justa y duradera». La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha subrayado repetidamente que poner fin a la guerra no puede significar recompensar la agresión: el objetivo declarado es silenciar las armas sin abrir la puerta a nuevas invasiones, en Ucrania o en otros lugares.
Muchas capitales europeas -especialmente las del flanco oriental- miran con recelo la idea de una paz que congele el control ruso sobre los territorios anexionados ilegalmente. A sus ojos, un compromiso así debilitaría no sólo a Kiev, sino la seguridad de todo el continente: si hoy se aceptan los hechos consumados en Ucrania, ¿quién garantiza que mañana no le toque a otro?
Por eso, evitando un choque frontal con Washington, Europa intenta «corregir» el plan estadounidense: más garantías para Ucrania, más condicionalidad para Rusia, menos concesiones sobre la OTAN y sobre el futuro europeo de Ucrania.
¿Paz impuesta o paz justa?
En el trasfondo, el enfrentamiento sobre los planes de paz revela dos enfoques diferentes:
- Estados Unidos, centrado en el objetivo de cerrar rápidamente el frente ucraniano para volver a otras crisis mundiales, parece más abierto a un compromiso que congele las fronteras de facto y devuelva a Moscú al juego;
- la Unión Europea, que vive la guerra a sus propias puertas, teme que una paz «equivocada» haga más vulnerable al continente y envíe al mundo el mensaje de que utilizar tanques para cambiar las fronteras al final sale a cuenta.
En medio se encuentra Ucrania, que ha pagado el precio más alto en vidas humanas y destrucción. Zelensky sigue insistiendo en su «fórmula de paz»: retirada de las tropas rusas, justicia para los crímenes de guerra, garantías de seguridad y pleno derecho de Kiev a elegir su futuro europeo y, algún día, su futuro atlántico.
La verdadera prueba será si los planes de paz, estadounidenses o europeos, pueden respetar al menos este núcleo: un acuerdo que no convierta la invasión en un precedente conveniente, sino que reafirme que las fronteras no se mueven con tanques y que Europa no se desliza de nuevo hacia la lógica de las esferas de influencia.
Sólo en ese caso no se trataría de una tregua meramente impuesta, sino de un auténtico orden de seguridad en el que Ucrania -y con ella Europa Oriental- ya no es un campo de juego ajeno, sino una parte de pleno derecho de Occidente al que ha decidido defender.