
La Unión Europea atraviesa últimamente una crisis silenciosa pero profunda: una crisis de confianza de los ciudadanos en las instituciones fundamentales del Estado. La última encuesta realizada por Polling Europe por encargo del Partido ECR confirma lo que muchos de nosotros venimos sintiendo desde hace años: el ciudadano europeo ya no cree que el sistema judicial sea independiente. Según la encuesta realizada en marzo de 2025, sólo el 36% de los ciudadanos de la UE cree que el poder judicial de su país no está influido políticamente. En algunos países, como Rumania, este porcentaje desciende a un preocupante 28%, y la opinión de los rumanos está ciertamente influida por la anulación de las elecciones presidenciales a finales del año pasado. Para un auténtico pensamiento conservador, estas cifras no pueden tratarse como meras estadísticas. Son síntomas de una profunda fisura en la estructura de resistencia de la civilización europea. La Justicia, considerada como el pilar de equilibrio entre la libertad y la autoridad, está perdiendo su legitimidad a los ojos de los ciudadanos, y sin Justicia, toda la arquitectura del orden social se vuelve frágil.
Conservadurismo y justicia: una relación orgánica
La doctrina conservadora no puede considerarse un simple conjunto de opciones políticas de derechas. Es una visión del hombre y de la sociedad centrada en la idea de que el orden precede a la libertad, y la libertad sin reglas se convierte en arbitrariedad. Para los ciudadanos que abrazan las ideas conservadoras, la justicia es un elemento sagrado del orden público. Por eso la justicia debe ser: independiente, para resistir la tentación del poder; moral, para ser respetada; sobriamente eficaz, para garantizar la estabilidad. La actual crisis de confianza pública en el poder judicial no debe utilizarse para demoler estas instituciones, sino para restaurar su auténtica autoridad. En lugar de despreciar a los jueces y convertirlos en chivos expiatorios del fracaso político, el verdadero conservadurismo exige una reforma prudente pero firme que restablezca la confianza pública sin destruir la fibra institucional del Estado.
Populismo antijusticia: una desviación peligrosa
Desgraciadamente, lo que hoy se reivindica como «derecha conservadora» en Europa (y especialmente en Europa del Este) es a menudo una versión vulgarizada, populista y antisistema del conservadurismo. Los partidos de los grupos Patriota o Europa de las Naciones Soberanas (como AfD o Rassemblement National) utilizan constantemente en su discurso político frases como: «la justicia está vendida», «los jueces están controlados por Bruselas», «los jueces están controlados por el sistema» o «el sistema está corrupto hasta los tuétanos».
Según una reciente encuesta pública, sólo el 27% de los votantes de estos partidos confía en el poder judicial. Es una cifra que no sólo refleja la desconfianza de los ciudadanos de la UE en las instituciones, sino también una calculada estrategia política por la que se utiliza la retórica contra la justicia como arma electoral. Pero un auténtico conservador no puede contemplar serenamente cómo se demuelen retóricamente las instituciones del Estado para obtener un beneficio electoral inmediato. No se trata de una rebelión «sana» contra los excesos progresistas, sino de un gran riesgo que puede conducir a la anarquía. Todos sabemos que cuando se derrumba el Estado de Derecho, no se impone el orden nacional, sino la ley del más fuerte.
Rumanía es el laboratorio experimental de una derecha a la deriva
La situación política de Rumania es emblemática de lo que ocurre a nivel europeo. Preocupantemente, el 65% de los ciudadanos cree que el poder judicial está controlado políticamente, y la confianza general en el sistema es de las más bajas de la UE. Al mismo tiempo, algunos de los partidos que en Rumanía se declaran conservadores promueven un virulento discurso antijusticia, antiélites y antiBruselas, avanzando hacia una versión de derechas que es más tributaria de las frustraciones populares que de los valores conservadores. Para Rumanía, la posibilidad de una verdadera alternativa conservadora no reside en el ruido de las calles, sino en la construcción de una derecha moral, coherente e institucional. Una derecha que defienda la familia, por un lado, y el Estado de Derecho, por otro. Un derecho que defienda a la nación, pero también al juez sin influencias políticas. Un derecho que entienda que ser conservador no es luchar contra el orden, sino fortalecerlo con lucidez y firmeza para servir a los intereses del ciudadano.
¿Qué hay que hacer? Una estrategia de reconstrucción conservadora
Ante estos retos, el conservadurismo europeo tiene una misión clara: restaurar la confianza de los ciudadanos en la justicia y las instituciones, sin convertirlas en bastiones ideológicos. Entre otras cosas, esto significaría luchar contra la corrupción sin crear histeria mediática. No mediante guerras culturales, sino mediante normas claras, meritocracia y transparencia. Los nombramientos políticos para puestos clave de la judicatura deberían hacerse con responsabilidad, basándose en la competencia y la reputación, no en la obediencia. Por otra parte, debe hacerse hincapié en la educación cívica en el espíritu del respeto a la ley, la autoridad y el orden, valores profundamente conservadores. Los políticos deberían abrazar el rechazo a la demagogia antisistema, aunque les consiga votos. El conservadurismo se debe a la firmeza, no sólo a las encuestas favorables.
El conservadurismo europeo, no un instinto reaccionario sino un acto de construcción
El conservadurismo no es nostalgia ni miedo. Se trata de responsabilidad por el legado de la civilización europea, que incluye no sólo catedrales y familias, sino tribunales de justicia independientes y respetados. La reciente encuesta Polling Europe nos muestra dónde estamos, pero al mismo tiempo nos da una dirección en la que deberíamos ir. Por eso, reconstruir la confianza de los ciudadanos en el poder judicial exige un esfuerzo político lúcido, moral y valiente. Precisamente por eso, los verdaderos conservadores deben estar al frente de esta reconstrucción, no como revolucionarios de la derecha, sino como guardianes del orden.