Hace dos décadas, la imagen global de Cataluña estaba dominada por el movimiento independentista: las marchas masivas de la Diada, el referéndum de 2017 y la retórica de la soberanía. Hoy, es la propia transformación de la provincia la que capta la atención: una afluencia sin precedentes de inmigrantes, una creciente población musulmana y una preocupación cada vez mayor por la delincuencia urbana han convergido para redefinir el paisaje político y cultural de la región.
Una revolución demográfica
Barcelona y su área metropolitana se han convertido en un espejo de la Europa del siglo XXI. Según el Instituto de Estadística de Cataluña (Idescat), uno de cada cinco residentes en Cataluña ha nacido en el extranjero, porcentaje que asciende al 31% en la ciudad de Barcelona. Los datos municipales revelan que los catalanes nacidos en el país representan ahora sólo el 45% de los residentes en Barcelona, y menos de la mitad de los menores de 40 años. Los orígenes más representados son Marruecos, Pakistán, Colombia, Honduras e Italia, lo que refleja tanto los antiguos vínculos latinoamericanos como las nuevas rutas migratorias desde el norte de África y el sur de Asia.
Más de 600.000 musulmanes residen actualmente en Cataluña -aproximadamente el 8% de su población-, lo que la convierte en la región con mayor concentración de lugares de culto islámico de España. La expansión de mezquitas, asociaciones culturales y programas de lengua árabe o amazigh ha convertido a ciudades como Vic, Salt y Reus en casos de estudio de integración -y tensión- multicultural.
De la ansiedad identitaria al cálculo político
La relación del nacionalismo catalán con la inmigración siempre ha sido ambivalente. A principios de la década de 2000, líderes como Jordi Pujol o Marta Ferrusola advirtieron abiertamente de que una inmigración incontrolada podría «diluir la identidad de Cataluña». Sin embargo, al cabo de unos años, la misma tradición política empezó a considerar la inmigración como un instrumento potencial de ingeniería lingüística y electoral. Programas como la Fundació Nous Catalans y el Plan Marruecos 2014-2017 se diseñaron para implicar a las comunidades marroquíes y otras norteafricanas mediante la promoción de la lengua catalana y la participación ciudadana, con el objetivo subyacente de fomentar una sociedad menos castellanoparlante y más alineada con el proyecto independentista.
En la práctica, esta estrategia ha producido efectos muy distintos de los previstos. El crecimiento demográfico de la población no hispanohablante -sobre todo la procedente del norte de África y del África subsahariana- ha alterado la composición cultural de muchas ciudades catalanas, desafiando tanto la narrativa nacionalista de cohesión lingüística como el modelo más amplio de integración. Los críticos dentro de Cataluña y en toda España describen ahora la política como una forma de herida autoinfligida: al dar prioridad a los recién llegados que no compartían la lengua española, el movimiento independentista ha debilitado su propia base social sin lograr una mayor homogeneidad cultural.
Un debate paralelo se está desarrollando en el País Vasco, donde el líder del Partido Nacionalista Vasco (PNV) comentó recientemente que «el próximo presidente del partido puede llamarse Hassan», un comentario que pretendía señalar la inclusividad, pero que algunos interpretan como una prueba de lo profundamente que el cambio demográfico está remodelando los movimientos nacionalistas tradicionales en toda España.
Para muchos residentes de larga data, la rápida transformación de los barrios y la presencia visible de nuevos símbolos religiosos han desencadenado lo que los sociólogos denominan «inseguridad cultural»: una sensación de desplazamiento tanto emocional como empírica, y lo suficientemente poderosa como para remodelar la política en toda la región.
Delincuencia y percepción de inseguridad
Barcelona figura hoy entre las zonas urbanas más afectadas por la delincuencia de España. El barómetro municipal 2025 muestra que el 26,5% de los residentes citan la inseguridad como su principal preocupación, frente a sólo el 8% hace diez años. Los datos policiales revelan que el hurto sigue siendo el delito más común, seguido de las agresiones y los delitos sexuales, a pesar de que la actividad delictiva general ha descendido un 6,6% este año.
El fenómeno de los delincuentes reincidentes sigue poniendo a prueba a las fuerzas del orden: 280 delincuentes multirreincidentes fueron responsables de más de 1.700 detenciones y más de 5.000 delitos registrados en el primer semestre de 2025. Al mismo tiempo, las estadísticas del Ministerio del Interior indican que los extranjeros están significativamente sobrerrepresentados en los datos de detenciones, un reflejo tanto de los rasgos culturales como de la marginación socioeconómica, la situación legal y la pobreza concentrada.
La reacción política: el ascenso de Aliança Catalana
De esta mezcla de ansiedad identitaria, fragmentación social y percepción de inseguridad ha surgido una nueva fuerza política. Aliança Catalana, partido nacionalista fundado en 2022, ha ganado terreno rápidamente vinculando la protección cultural con la retórica de la seguridad. Entró en el Parlamento catalán en 2024 y ahora se dirige a las elecciones municipales de 2027 con la ambición de conseguir escaños en el Ayuntamiento de Barcelona.
El discurso del partido presenta los cambios demográficos de la región como una prueba de «sustitución cultural» y exige una actuación policial más dura, un control más estricto de la inmigración y la defensa de la identidad catalana. Su éxito refleja un patrón europeo más amplio: la transformación de las quejas locales sobre el desorden urbano en movimientos ideológicos que fusionan el populismo con el nacionalismo regional, todo ello encajonado en una retórica política de sentido común que sin duda atrae a un número cada vez mayor de catalanes según las encuestas, especialmente visible en los barrios obreros, donde el acceso a la vivienda, la educación y la sanidad es escaso, un caldo de cultivo tanto para la delincuencia como para el resentimiento.
Entre la apertura y el orden
El debate sobre la islamización, la inmigración y la delincuencia en Cataluña es, en última instancia, un reflejo de la lucha más amplia de Europa: cómo equilibrar la apertura con el orden, el pluralismo con la cohesión. Aunque las estadísticas demuestran que la inseguridad tiene tanto que ver con la percepción como con los hechos, las consecuencias políticas son reales.
Cataluña se ha convertido en el laboratorio de España: un campo de pruebas para ver hasta dónde puede llegar una sociedad basada en la identidad y la lengua antes de fracturarse. Hasta ahora, el experimento está fracasando, lo que constituye una dura advertencia para el resto del país, donde las tendencias demográficas sugieren una trayectoria similar.
Que España pueda aprender de esta experiencia dependerá menos de la ideología que del realismo. El reto es preservar la cohesión social sin negar la realidad demográfica, gestionar la diversidad sin perder un marco cívico compartido. En muchos sentidos, Cataluña ya no es una excepción, sino un anticipo de lo que gran parte de Europa puede afrontar pronto -y ya afronta en muchos lugares-: la colisión entre apertura, seguridad e identidad en una época de profundos cambios.