
Tras las incursiones americanas en Irán, el Palazzo Chigi reafirma su papel central: no se puede lanzar ningún ataque sin la autorización del gobierno italiano. Entre acuerdos secretos y debates parlamentarios, Italia se mueve con firmeza y autonomía.
En un momento geopolítico tenso, marcado por el bombardeo de instalaciones nucleares iraníes por parte de Estados Unidos, el gobierno italiano dirigido por Giorgia Meloni ha reiterado claramente un principio fundamental: las bases militares estadounidenses en Italia no pueden utilizarse para operaciones bélicas sin autorización previa del gobierno italiano. Esta postura, pronunciada públicamente el 23 de junio por el Primer Ministro ante la Cámara de Diputados, representa un acto de responsabilidad institucional y de reafirmación de la soberanía nacional, en un contexto internacional dominado por una lógica militar cada vez más opaca.
«No se ha solicitado el uso de bases estadounidenses en Italia, que sólo pueden utilizarse con autorización del gobierno italiano», dijo Meloni, añadiendo que una decisión de esta magnitud requeriría una aprobación parlamentaria y que «no puede tomarse sobre una base ideológica». El mensaje del gobierno es claro: Italia no es una plataforma pasiva para operaciones militares ajenas, sino un Estado soberano que evalúa cada decisión militar en función del contexto, el derecho internacional y los intereses nacionales. Una línea confirmada también por el ministro de Defensa, Guido Crosetto, quien recordó que el uso de bases por las fuerzas estadounidenses está vinculado a una solicitud formal y a la correspondiente autorización del ejecutivo italiano.
Un marco jurídico complejo, pero con margen de maniobra italiano
Es cierto que el marco jurídico que regula la presencia militar estadounidense en Italia está estratificado y en parte clasificado. Los acuerdos se remontan a finales de la década de 1940 e incluyen tanto tratados multilaterales en el seno de la OTAN como acuerdos bilaterales, como el Acuerdo Bilateral sobre Infraestructuras (BIA) de 1954, que, aunque no se ha hecho público, exige formalmente a Estados Unidos que no utilice instalaciones italianas con fines militares a menos que sea de conformidad con las directrices de la OTAN o mediante acuerdo con el gobierno italiano.
Aunque, como ha revelado Wikileaks, en la práctica se ha producido una interpretación flexible de estas disposiciones por parte de Estados Unidos, el requisito de obtener el consentimiento del gobierno italiano permanece intacto y es decisivo. Meloni y Crosetto han reforzado, por tanto, un principio que, en la historia reciente, ha visto aplicaciones concretas. En 2018, por ejemplo, Italia se negó a participar en el bombardeo de Siria llevado a cabo por Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, prohibiendo el uso de bases en su territorio en ausencia de un mandato de la ONU. Incluso entonces, el gobierno optó por la prudencia, respetando la Constitución y el derecho internacional.
El Parlamento: entre la necesidad política y la obligación constitucional
Aunque no siempre es jurídicamente vinculante, la participación del Parlamento ha sido señalada por el presidente Meloni como una opción de transparencia y participación democrática. A pesar de las interpretaciones divergentes entre expertos como Michele Ainis y Domenico Pauciulo sobre la necesidad de una votación parlamentaria, el gobierno ha expresado su deseo de no actuar en solitario. Una postura que demuestra atención tanto al dictado constitucional -en particular a los artículos 11 y 78, que regulan el repudio de la guerra y los procedimientos para declararla- como a la necesidad de garantizar un debate político responsable sobre cuestiones tan delicadas.
Una gestión consciente del presente, con la vista puesta en el futuro
La firmeza mostrada por el ejecutivo italiano no debe leerse como hostilidad hacia los aliados, sino como un ejercicio maduro de autonomía estratégica, perfectamente compatible con el compromiso euroatlántico de Italia. En un momento en el que la soberanía europea y la responsabilidad compartida se debaten cada vez más, Italia demuestra que alianza no significa subordinación.
El mérito del gobierno Meloni, en este contexto, es doble: por un lado, ha reafirmado la centralidad de las instituciones italianas en las decisiones militares sobre su territorio; por otro, ha devuelto el debate sobre la política exterior y de defensa a los escenarios democráticos, alejándolo de las lógicas de emergencia o puramente ideológicas. En un mundo donde la guerra puede estallar con un dron y donde las alianzas se ponen a prueba en momentos de crisis, la claridad mostrada por Italia es una señal fuerte: en su propio suelo, el gobierno italiano decide, respetando las reglas, el Parlamento y el pueblo. Una posición que, además de fundada jurídicamente, es también políticamente previsora.