
Tras más de dos siglos de no alineamiento, la entrada oficial de Suecia en la OTAN en 2024 representó un punto de inflexión trascendental en un clima internacional radicalmente cambiado. Este cambio de rumbo fue impulsado, en particular, por la creciente percepción de una amenaza por parte de Rusia, intensificada por la invasión a gran escala de Ucrania en 2022. En este nuevo contexto geopolítico, el rearme sueco no aparece como una medida episódica, sino como parte integrante de una estrategia a largo plazo.
LA ENTRADA EN LA OTAN COMO CESURA HISTÓRICA
Para comprender la actual fase de militarización de Suecia, es esencial partir de un hecho fundamental: la superación de la neutralidad histórica. La agresión rusa contra Ucrania ha cambiado radicalmente el panorama estratégico europeo. El riesgo percibido de escalada del conflicto y la creciente asertividad militar de Moscú han llevado tanto a Suecia como a Finlandia a abandonar dos siglos de neutralidad para asegurarse la protección colectiva prevista en el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte. El Parlamento sueco ratificó la adhesión con una mayoría de todos los partidos, lo que refleja un consenso político y popular consolidado, apoyado por la evidencia de los riesgos geopolíticos emergentes.
REARME ESTRUCTURAL Y AUMENTO DEL GASTO MILITAR
La nueva postura de defensa de Suecia se basa en una estrategia de rearme global y progresiva, en línea con las normas de la OTAN. Desde 2020, el gasto militar ya se ha duplicado, alcanzando el 2,4% del PIB, pero el objetivo declarado es llegar al 3,5% en 2032. Se trata de uno de los porcentajes más altos entre los Estados miembros, señal tangible del compromiso estratégico de Estocolmo con la Alianza Atlántica. El programa de rearme incluye la compra de modernos sistemas de armamento -como drones, artillería avanzada, armas antibuque y defensas aéreas-, así como un plan de inversión en capacidades tecnológicas y de ciberdefensa, elementos esenciales en la guerra moderna.
UN EJÉRCITO ORIENTADO A LA DISUASIÓN ACTIVA
La nueva estrategia de defensa sueca rompe con el enfoque conservador del pasado y se orienta hacia una lógica de disuasión activa, basada en la preparación y la proyección de la fuerza. La reorganización del ejército va acompañada de una revisión del servicio militar obligatorio: reintroducido en 2017, ahora incluye la eliminación de la «regla de los diez años», que establecía el límite máximo para la llamada a filas de los reclutas. Estas decisiones reflejan una nueva conciencia estratégica: a pesar de no tener frontera directa con Rusia, Suecia es geográficamente sensible, tanto como posible corredor de tránsito para las tropas de la OTAN en caso de conflicto en el Báltico, como por el control de la isla de Gotland, un punto clave en el mar Báltico.
COHESIÓN POLÍTICA Y APOYO POPULAR
Un elemento notable de la política de rearme sueca es el fuerte consenso entre partidos del que goza. El paquete de rearme aprobado por el Parlamento en junio de 2025 también recibió el voto favorable de la oposición socialdemócrata, lo que demuestra la unidad nacional en cuestiones de defensa. En una época marcada por la polarización política, esto representa una fortaleza para Suecia, que le permite avanzar rápidamente hacia la consecución de sus objetivos estratégicos sin las incertidumbres típicas de otros escenarios nacionales.
UNA TRANSFORMACIÓN SIGNIFICATIVA
Con su entrada en la OTAN, Suecia se está reconfigurando rápidamente como un actor plenamente integrado en la arquitectura de seguridad euroatlántica. El proceso de rearme emprendido por Suecia representa una de las transformaciones más significativas del panorama de seguridad europeo posterior a 2022. Esta evolución es el resultado de la interacción de tres dinámicas principales. En primer lugar, la adhesión del país a la OTAN ha supuesto la asunción de nuevas obligaciones en el ámbito de la defensa colectiva, marcando una ruptura con la posición tradicional de neutralidad. En segundo lugar, el conflicto de Ucrania y la creciente asertividad de Rusia han cambiado profundamente la percepción de la seguridad dentro de la sociedad sueca, lo que ha llevado a una mayor conciencia de la posibilidad concreta de una amenaza directa. Por último, este cambio también refleja un proceso más amplio de redefinición de la identidad nacional, que implica la progresiva interiorización, por parte de la opinión pública y las instituciones, de la posibilidad de un conflicto real, ya no relegado al ámbito de las hipótesis teóricas. Como símbolo de la neutralidad nórdica, Suecia se está convirtiendo rápidamente en uno de los actores más dinámicos de la nueva arquitectura de seguridad europea. Sin embargo, el éxito de este proceso dependerá, a medio y largo plazo, de una serie de factores cruciales. Será esencial garantizar el mantenimiento de unos estándares de alta calidad en las fuerzas armadas, hacer económicamente sostenible el aumento progresivo del gasto militar y preservar la cohesión política interna necesaria para sostener ese cambio estratégico.