
El 8 de julio de 2025, la Comisión Mixta de Inteligencia Artificial del Parlamento irlandés convocó un debate con la primera Secretaria de Estado de Inteligencia Artificial de Irlanda, Niamh Smyth, para explorar la primera estrategia de IA del país, AI: Here for Good, y su alineación con la Ley de Inteligencia Artificial de la UE.
Este último pretende adoptar un marco basado en el riesgo para regular la IA, prohibiendo prácticas como el scoring social y ordenando protecciones contra la discriminación, mientras que la aplicación de Irlanda, que está previsto que sea plenamente operativa en agosto de 2026, adopta lo que se ha denominado un modelo distribuido, con ocho autoridades competentes, entre ellas la Comisión de Protección de Datos y la Comisión Irlandesa de Derechos Humanos e Igualdad, encargadas de velar por su cumplimiento, en particular en lo relativo a los derechos fundamentales.
Aunque el debate de la Comisión Mixta, concebido como una «visión general del estado de la nación», abordó varias cuestiones críticas que van desde la competitividad económica hasta la transformación de la sociedad, hubo un tema que resultó especialmente polémico: el uso de la IA en las industrias creativas y sus implicaciones para los derechos de propiedad intelectual (PI).
Esta cuestión, planteada con agudeza por la diputada socialdemócrata Sinéad Gibney y de la que se hizo eco el diputado Paul Murphy, no sólo reflejaba una tensión creciente entre el fomento de la innovación y la salvaguarda de los derechos de los artistas y creadores, sino que también revelaba una línea de falla en la estrategia irlandesa de IA que podría tener profundas implicaciones para los derechos humanos.
La diputada Sinéad Gibney se centró en el uso de la IA en el marketing y el arte, cuestionando cómo aborda la estrategia de Irlanda el posible robo de propiedad intelectual.
Señaló que los sistemas de IA, especialmente los modelos generativos, a menudo se basan en conjuntos de datos que incluyen material protegido por derechos de autor extraído de Internet sin el consentimiento de los creadores. Esta práctica, argumentó, corre el riesgo de explotar a los artistas y socavar sus derechos económicos y creativos.
El diputado Paul Murphy amplió esta preocupación, citando un caso reciente de Conor Kostick, miembro del Sindicato Irlandés de Escritores, que descubrió que 52 de sus obras, incluidos 24 libros, se habían utilizado sin permiso para entrenar los modelos de IA de Meta.
Murphy preguntó si debía permitirse que tales modelos funcionaran fuera de los marcos estándar de los derechos de autor, a lo que el ministro Smyth respondió inequívocamente: «No».
Sin embargo, este intercambio cristalizó una cuestión crítica de derechos humanos: el derecho a controlar la propia producción creativa, ya que la propiedad intelectual no es un mero activo económico, sino una piedra angular de la autonomía personal y la libre expresión.
De hecho, la Declaración Universal de Derechos Humanos, en su artículo 27, reconoce el derecho de toda persona a «la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas».
Al permitir que los sistemas de IA exploten material protegido por derechos de autor, Irlanda se arriesga a violar este principio, ahogando potencialmente la libertad artística y los medios de vida económicos.
Como parte de su respuesta a estas preocupaciones, la ministra Smyth reconoció la importancia de la protección de la propiedad intelectual, señalando las disposiciones de la Ley de IA de la UE que, a partir de agosto de 2025, obligarán a los proveedores de tecnología a cumplir las leyes de derechos de autor y a revelar los datos de formación a los reguladores que lo soliciten. También confirmó que, para agosto de 2026, otras obligaciones garantizarán que los contenidos generados por IA sean identificables en formatos legibles por máquina, lo que aumentará la transparencia.
Sin embargo, cuando Gibney le preguntó si Irlanda consideraría la posibilidad de promulgar legislación nacional para subsanar las lagunas de la Ley de AI de la UE, en particular en lo relativo al robo de obras de arte, Smyth admitió que era «demasiado pronto para decirlo», pero se mostró abierto a la idea.
Esta respuesta, aunque pragmática, dejó a algunos miembros de la comisión preocupados por un desequilibrio en el planteamiento de Irlanda, que parece dar prioridad a la innovación empresarial frente a una protección sólida de los creadores.
Esta falta de compromisos concretos para hacer frente al robo de propiedad intelectual es especialmente sorprendente, dado el patrimonio cultural de Irlanda, sobre todo si se tienen en cuenta los enormes esfuerzos que se han hecho para promover a gigantes de la literatura como Joyce y Heaney, como embajadores clave del sector creativo irlandés.
Sin embargo, la estrategia «IA: aquí para siempre», como han señalado los miembros del comité, hace hincapié en el apoyo a las empresas, sin mencionar apenas las salvaguardias para los artistas.
La afirmación de la estrategia de que la Ley de IA de la UE impone «pocas o ninguna obligación» a las empresas que utilizan la IA para aumentar la productividad suscita la preocupación de que las industrias creativas puedan quedar expuestas a la explotación de los gigantes tecnológicos.
Las implicaciones más amplias son obvias, dado que el debate sobre la propiedad intelectual en general no trata sólo de los derechos de autor, sino que se cruza con la libertad de expresión y la equidad económica.
Los artistas dependen de su trabajo tanto para expresarse como para ganarse la vida. Si los sistemas de IA pueden cosechar libremente sus creaciones, se corre el riesgo de devaluar su trabajo y silenciar sus voces, ya que pueden carecer de recursos para competir con los contenidos generados por IA que inundan el mercado.
Esta dinámica también afecta a la libertad de expresión, porque si las empresas tecnológicas dominan la creación de contenidos impulsada por la IA, podrían moldear las narrativas y la estética de forma que prioricen los intereses comerciales sobre las voces diversas.
El debate de la comisión sobre la propuesta de un «sandbox» normativo, destinado a proporcionar a las startups orientación jurídica y un entorno de pruebas, también fue un punto central del debate.
Mientras que el ministro Smyth lo enmarcó como una herramienta para fomentar la innovación dentro de los límites legales, Gibney cuestionó cómo gestionaría los riesgos asociados a los datos personales en directo, una preocupación vinculada a los derechos de privacidad.
La apertura del ministro Smyth a la legislación nacional para rectificar estas lagunas es una señal positiva, pero se necesitan medidas concretas para tranquilizar a los artistas y proteger sus derechos.
Una posible solución es reforzar la aplicación de los derechos de autor en el marco de la IA de Irlanda. Esto podría implicar exigir el consentimiento explícito para los datos de entrenamiento, exigir una compensación a los creadores cuyas obras se utilicen y establecer una pista de auditoría transparente para los modelos de IA.
Además, Irlanda podría aprovechar su Presidencia de la UE en 2026 para abogar por una protección más estricta de la PI a nivel europeo, posicionándose como defensora tanto de la innovación como de los derechos humanos.
La concienciación y la educación públicas, como subrayaron varios miembros del comité, también son cruciales. Integrando la alfabetización en IA en las escuelas y los programas comunitarios, Irlanda puede capacitar a los ciudadanos para navegar por el panorama digital y defender sus derechos.
La campaña prevista de alfabetización en IA para adultos mayores, dirigida a 60.000 personas, es un paso en la dirección correcta, pero se necesitan esfuerzos más amplios para superar la brecha digital.
En última instancia, el debate de la Comisión Mixta del 8 de julio de 2025 puso de manifiesto la ambiciosa visión de Irlanda sobre la IA, pero también expuso un punto ciego crítico: la protección de la propiedad intelectual como derecho humano.
Las preocupaciones planteadas por los diputados Gibney y Murphy ponen de manifiesto la necesidad de un planteamiento más equilibrado que proteja a los creadores al tiempo que fomenta la innovación.
Mientras Irlanda se prepara para aplicar la Ley de AI de la UE y crear su oficina nacional de AI, debe asegurarse de que su estrategia no da prioridad a los beneficios económicos a expensas de la libertad artística y la equidad económica.
Si no se abordan estas cuestiones, se corre el riesgo de socavar la confianza pública y perpetuar las desigualdades, poniendo en entredicho la pretensión irlandesa de liderazgo ético en materia de IA. El camino a seguir requiere una acción audaz, tanto legislativa como cultural, para garantizar que la IA sirva al bien común, como promete la estrategia del ministro Smyth.
En el debate también se abordó la cuestión de la capacidad de ejecución. Varios diputados expresaron su preocupación por que el modelo regulador distribuido de Irlanda pueda diluir la rendición de cuentas, ya que ocho autoridades competentes se encargan de la supervisión, pero ningún organismo tiene la responsabilidad última. Los críticos advirtieron de que tal fragmentación puede dar lugar a una aplicación incoherente de la ley y podría dejar lagunas explotables por las grandes empresas tecnológicas con recursos para sortear las complejas estructuras de supervisión. Esta preocupación se ve acentuada por el historial de Irlanda en materia de aplicación de la protección de datos, donde los críticos han acusado a la Comisión de Protección de Datos de actuar con demasiada lentitud contra las empresas multinacionales con sede en Dublín.
Otra cuestión que queda sin resolver es la financiación. La estrategia AI: Here for Good compromete a Irlanda a alcanzar objetivos ambiciosos, desde incentivos a la investigación hasta campañas de alfabetización, pero sin claridad sobre un apoyo financiero sostenido. Los miembros del Comité se preguntaron si los reguladores, las universidades y las industrias creativas recibirían los recursos adecuados para garantizar un verdadero equilibrio entre la innovación y la protección de los derechos. Sin una inversión significativa, la estrategia corre el riesgo de convertirse en un documento más simbólico que en un marco práctico.
En este sentido, el debate puso de manifiesto una tensión fundamental: si Irlanda aprovechará la IA para reforzar su posición económica como centro tecnológico europeo o recalibrará su modelo para defender también sus obligaciones culturales y de derechos humanos.