El crecimiento económico de Europa parece destinado a convertirse en un tema destacado del debate político en los próximos años.
Se podría pensar que siempre deberíamos debatir sobre el crecimiento económico. En cierto sentido, quizá siempre lo hagamos. Pero no se puede negar que en la última década hemos debatido más sobre la transición verde y los objetivos climáticos que sobre el puro crecimiento.
Por supuesto, no era sostenible a largo plazo descuidar el crecimiento. Porque aunque la UE debe poner de su parte en la necesaria reducción de las emisiones de dióxido de carbono, la UE, y Europa en general, también deben seguir siendo económicamente fuertes. Por supuesto, es posible combinar ambos objetivos hasta cierto punto. El crecimiento puede lograrse en gran medida desarrollando nuevas tecnologías respetuosas con el medio ambiente. Pero es posible que aún no hayamos llegado a ese punto. No podemos confiar únicamente en los efectos dinámicos que se espera que surjan de la transición ecológica. Al contrario, algunos ejemplos en Suecia -donde la muy querida
Por eso Europa tiene que ser más realista sobre el crecimiento. Todavía no podemos desviar toda la producción de los combustibles fósiles. Tampoco podremos exigir que la industria automovilística europea deje de producir coches con motor de combustión para 2035. La electrificación será sin duda una realidad. Y ya está en marcha. Pero la realidad económica e industrial debe crear primero las condiciones para la electrificación.
Quizás estemos asistiendo en la actualidad a dos signos de que se atribuye al crecimiento y al desarrollo económico su propia importancia y no sólo una importancia secundaria en relación con los objetivos climáticos y la transición verde.
El documento sobre política de seguridad que la administración estadounidense presentó recientemente y ante el que muchos en Europa reaccionaron con fuerza trata en gran medida del crecimiento y la influencia económica. EEUU nunca podrá mantener su ventaja sobre China, subraya el documento, a menos que siga siendo una potencia económica cuya fuerza se base en el crecimiento y el comercio. Incluso cuando se habla de Europa -y aquí es donde muchos europeos han reaccionado enérgicamente a lo escrito en el documento-, se hace hincapié en que el crecimiento es un requisito previo para que Europa Occidental siga siendo fuerte y segura de sí misma.
Es evidente que la administración Trump no aprecia el papel de la UE en la Europa moderna. Se describe a la UE como un freno para el crecimiento europeo. La UE, según los autores del documento y el propio Donald Trump, por supuesto, obstaculiza el crecimiento europeo al regular excesivamente la industria. En este sentido, argumentan que es necesario tener menos en cuenta el medio ambiente y el clima, y que la UE no debe utilizar su poder para frenar la innovación y la industria.
Podemos pensar lo que queramos sobre la actitud de Trump hacia la UE, pero el hecho es que actualmente estamos asistiendo a un cambio de actitud en Bruselas en lo que respecta a los objetivos y la normativa climáticos. Se habla de una estrategia de «parar el reloj» en la que ciertas medidas que se han decidido para impulsar el trabajo sobre el clima y la sostenibilidad simplemente se posponen. Y esto se debe a que las empresas y las industrias no tienen los medios ni la oportunidad de hacer realidad los planes de la UE, antes tan ambiciosos. Aquí entra en juego una realidad económica que obliga a los países de la UE a adoptar lo que muchos llamarían un enfoque más realista de los objetivos climáticos y de transición.
Otra señal es la declaración programática que los cuatro partidos que gobiernan Suecia desde hace poco más de tres años presentaron recientemente de cara a las próximas elecciones parlamentarias de 2026. Las últimas elecciones, en 2022, se centraron en la inmigración, la delincuencia y el precio del combustible. Y se han llevado a cabo importantes reformas en estos ámbitos. Además, el gobierno sueco, al igual que los gobiernos de otros países europeos, ha tenido que dedicar mucha energía en los últimos años a combatir la muy problemática inflación. Esto ha dificultado al gobierno sueco la aplicación de reformas económicas, porque el gobierno ha temido alimentar la inflación. Era necesario frenar la economía.
Pero ahora la inflación ha sido derrotada. Suecia tiene una nueva política de inmigración y delincuencia. Y por eso el gobierno de centro-derecha que gobierna Suecia junto con el partido de apoyo, los Demócratas Suecos, está interesado en volver a hablar de crecimiento. Y ahora lo hacen de un modo más realista. Ya no se trata sólo de transiciones verdes y nueva industria, sino que la economía y el crecimiento han adquirido su propio valor. Y parece que el crecimiento se está convirtiendo en una cuestión electoral. La izquierda y la derecha no se ponen totalmente de acuerdo sobre la mejor manera de promover el crecimiento.