El dilema de la defensa de España
Durante años, España ha ido a la zaga de la mayoría de sus socios europeos en lo que respecta al gasto en defensa, un hecho que ahora se reconoce ampliamente, incluso en Washington. A principios de este año, el ex presidente Donald Trump acusó a España de depender demasiado de la protección de la OTAN, advirtiendo que los aliados que no inviertan adecuadamente en su propia seguridad deberían ocuparse de su propia defensa.
No es la primera vez que Trump critica los compromisos militares de Europa. Durante su presidencia, reprendió a menudo a los países que no cumplían los objetivos de gasto de la OTAN. Sin embargo, en las últimas semanas, España se ha convertido en su principal objetivo, y Trump ha calificado la negativa de Madrid a adoptar el nuevo objetivo del 5% de la OTAN de «algo muy malo para la OTAN», e incluso ha insinuado posibles represalias económicas.
«Estoy muy descontento con España. Es el único país que no ha aumentado su número al 5%. Todos los demás países de la OTAN subieron al 5%».
Es una de las reprimendas más duras que España ha recibido de Washington en años, y marca un cambio de tono que hace que el gasto en defensa deje de ser un tema burocrático dentro de la OTAN para convertirse en una línea de fractura política entre aliados.
La lógica climática de Sánchez
En respuesta, el presidente del gobierno Pedro Sánchez ha adoptado una interpretación inusual de lo que implica la «defensa». Sostiene que la resiliencia nacional -contra catástrofes naturales, riesgos climáticos y ciberamenazas- pertenece al ámbito de la seguridad nacional. Su plan 2025 asigna alrededor del 13% del presupuesto de las fuerzas armadas a la gestión medioambiental y de emergencias, considerándolas parte integrante de la defensa.
Pero Bruselas lo ve de otro modo. La Comisión Europea ha advertido que este gasto «verde» no puede contabilizarse como gasto militar si España desea beneficiarse de los fondos de rearme de la UE o de las exenciones del programa SAFE. Para muchos observadores, el planteamiento de Madrid se parece menos a la innovación que a una contabilidad creativa.
Del gasto a la inversión
En el centro de esta controversia se encuentra una sencilla realidad: la defensa no es una partida más del presupuesto nacional, es una inversión. Puede que sus beneficios no sean inmediatos, pero son concretos: disuasión, estabilidad, credibilidad y libertad. Los gastos de defensa crean las condiciones previas para la prosperidad. Sin seguridad, no hay mercados prósperos, ni rutas comerciales, ni sistemas de bienestar para mantener a los ciudadanos.
La defensa, en esencia, es formación de capital, no consumo. Invertir en ella potencia tanto la seguridad como la capacidad industrial. Estimula la innovación, desarrolla la mano de obra cualificada y refuerza la autonomía nacional. Cuando se gestiona bien, cada euro dedicado a la defensa multiplica su valor: económica, estratégica y políticamente.
El problema de España, por tanto, no es sólo cuánto gasta, sino cómo entiende la naturaleza de la defensa. Mientras Madrid la trate como una carga y no como un activo, cualquier aumento del presupuesto militar será visto como un acatamiento a regañadientes, en lugar de lo que debería ser: una afirmación de la soberanía y de la propia civilización.
Lo que defendemos
En la Conferencia de Seguridad de Múnich de este año, el vicepresidente estadounidense J. D. Vance hizo un comentario que recibió menos atención de la que merecía:
«La amenaza que más me preocupa para Europa no es Rusia ni China: es la amenaza desde dentro: El retroceso de Europa respecto a algunos de sus propios valores fundacionales, valores que comparte con Estados Unidos».
Su mensaje era claro: el objetivo de la defensa no es sólo proteger el territorio, sino preservar un modo de vida. Nos defendemos no sólo contra la invasión, sino contra la decadencia. La política de defensa, por tanto, no es una cuestión de ideología, sino de supervivencia colectiva.
El caso del crecimiento responsable
Nadie pide un rearme temerario. Lo que España necesita es un camino creíble y firme hacia el futuro: aumentos anuales constantes vinculados a resultados mensurables como la preparación, la disuasión y la modernización. Una hoja de ruta así restablecería la confianza entre los aliados, daría previsibilidad a la industria de defensa y afianzaría a España en el sistema de seguridad europeo, reduciendo su dependencia de los caprichos de Washington y restaurando su posición en los asuntos transatlánticos.
Sin embargo, el coste de la indecisión es cada vez mayor. La amenaza de Trump de imponer aranceles sobre los niveles de defensa de España puede parecer excesiva, pero expone una dura verdad: la debilidad es cara. Una nación que no invierte en su propia protección acaba pagándolo a través de la presión económica, la marginación diplomática o la vulnerabilidad estratégica.
Desde la perspectiva de Madrid, la lógica es inequívoca. La frontera marítima de España -desde las Islas Canarias hasta el Estrecho de Gibraltar- sigue siendo una de las zonas más expuestas y geopolíticamente sensibles de Europa. Salvaguardarla no es sólo un deber nacional, sino europeo. La seguridad marítima, el control de la migración y las operaciones contra el contrabando requieren capacidad real, no retórica.
La fuerza como confianza
Las declaraciones de Trump pueden sonar abrasivas, pero deben leerse como una advertencia y no como un insulto. La era de la comodidad en la defensa europea ha terminado. El continente está entrando en una nueva era definida por una reavivada competencia de poder, fronteras inestables y amenazas híbridas.
Para España, ya no es una cuestión de porcentajes, sino de amor propio. Una nación libre debe estar dispuesta a protegerse. Una defensa fuerte no es un acto de agresión; es una expresión de confianza, una afirmación serena de que un país es soberano, capaz y está en paz precisamente porque tiene la fuerza para seguir siéndolo.
Por tanto, invertir en defensa no es gastar, sino preservar. Es la inversión más duradera que puede hacer cualquier civilización comprometida con la supervivencia.