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Nada nuevo en la utopía socialista: El PRI de México acusa a Pedro Sánchez de secuestrar la Internacional Socialista

Política - diciembre 26, 2025

Cuando Pedro Sánchez fue elevado a la presidencia de la Internacional Socialista (IS) en su congreso de 2022 en Madrid, el momento se enmarcó como un reseteo. Sus partidarios hablaron de revitalización, de instituciones más fuertes y de una relevancia renovada para un organismo que había ido derivando hacia la marginalidad política. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) de México, antiguo miembro de la familia socialista, apoyó a Sánchez precisamente por esos motivos.

Hoy, ese apoyo se ha convertido en un enfrentamiento abierto. El PRI ha publicado una carta en la que denuncia el liderazgo de Sánchez en términos poco habituales en la organización: conducta antidemocrática, prácticas autoritarias y corrupción. Lo que antes podría haberse tratado discretamente a través de los canales internos ha saltado al dominio público, transformando una disputa interna en una crisis de reputación tanto para Sánchez como para la propia Internacional Socialista.

Sin embargo, para los observadores avezados de la política socialista, el patrón es deprimentemente familiar. Grandes promesas de renovación, seguidas de concentración de poder; elevadas pretensiones morales, seguidas de prácticas opacas; llamamientos a la solidaridad, seguidos de purgas de la disidencia. La utopía permanece prístina en teoría. En la práctica, la maquinaria tiende a pudrirse.

Una organización internacional convertida en palanca política

En el centro de la queja del PRI no está la mera incompetencia administrativa, sino algo mucho más deliberado. Según el partido mexicano, Sánchez ha convertido la Internacional Socialista de un foro pluralista en una herramienta de gestión política, utilizada para disciplinar a los críticos y remodelar el equilibrio de poder interno de la organización.

El alegato es tajante: marginar al PRI y despejar el camino a Morena, el partido gobernante fundado por Andrés Manuel López Obrador y dirigido ahora por la presidenta Claudia Sheinbaum. A diferencia del PRI, Morena se sitúa firmemente en la órbita de la izquierda populista latinoamericana y mantiene estrechos vínculos con redes como el Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla, espacios en los que Sánchez ha buscado cada vez más un alineamiento ideológico y diplomático.

Desde la perspectiva del PRI, no se trata de una evolución ideológica, sino de una sustitución estratégica: eliminar al socio incómodo, instalar al útil.

Disciplina sin el debido proceso

El conflicto se agravó cuando el PRI fue objeto de una suspensión de seis meses de la Internacional Socialista. El partido insiste en que esta medida no tiene una base sólida en los estatutos de la organización y subraya que sólo un congreso en pleno puede decidir la expulsión. Lo que describe en su lugar es una forma de castigo informal, reforzado por amenazas y ambigüedad de procedimiento.

Sofía Carvajal, Secretaria de Asuntos Internacionales del PRI, ha caracterizado la situación sin rodeos: una organización enmudecida bajo la autoridad de su presidente. Su argumento va al meollo del problema. Sánchez no es simplemente un dirigente entre muchos otros dentro de la Internacional Socialista; es el Presidente del Gobierno de España. Esa realidad introduce un desequilibrio que, en la práctica, desalienta la resistencia y fomenta la conformidad, sobre todo entre los partidos más pequeños que carecen de cobertura política.

Así es como las organizaciones internacionales pierden su vitalidad: no a través de rupturas dramáticas, sino mediante la erosión gradual de las reglas, la aplicación selectiva de las normas y la sustitución silenciosa de la gobernanza por la obediencia.

La acusación que eleva la apuesta: Venezuela y el supuesto enrutamiento financiero

Más allá de las cuestiones de procedimiento y democracia interna, existe una acusación de otro orden, que tiene implicaciones tanto jurídicas como políticas.

El PRI afirma que el régimen venezolano ha utilizado a la Internacional Socialista como intermediaria para mover fondos de dudosa procedencia en apoyo del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). La acusación se basa en el periodismo de investigación y en declaraciones atribuidas a Víctor de Aldama, empresario implicado en el llamado «caso Koldo» en España, que gira en torno a supuestas comisiones vinculadas a contratos públicos de la época de la pandemia.

Carvajal ha dejado claro que el PRI está dispuesto a emprender acciones legales, tanto civiles como penales, por lo que califica de posible canalización financiera ilícita. También ha sugerido que las denuncias podrían estar circulando ya más allá de su partido.

Estas alegaciones deben tratarse con cuidado. Son alegaciones, no conclusiones judiciales. Pero su gravedad es evidente. Cuando un partido miembro fundador acusa públicamente al presidente de una organización internacional de presidir una estructura en la que siquiera se habla plausiblemente de blanqueo -y en la que un gobierno extranjero autoritario ocupa un lugar destacado-, el daño a la credibilidad institucional es inmediato.

Centralizar el control, ocultar la supervisión

El PRI también señala una serie de decisiones administrativas que, en conjunto, ilustran lo que considera una transformación más amplia de la Internacional Socialista. La principal de ellas es el traslado de las cuentas financieras de la organización de Londres a Madrid. Según el PRI, en los últimos años han pasado por estas cuentas sumas considerables sin que se presentaran informes transparentes o verificables de forma independiente.

Este acontecimiento se produjo tras la destitución de la Secretaria General Benedicta Lasi, que había planteado cuestiones sobre la gestión financiera, una decisión a la que el PRI se opuso. La secuencia, en la lectura del partido, es reveladora: cuestiona las finanzas, pierde tu puesto; centraliza la autoridad, reduce el escrutinio.

Esta dinámica no es exclusiva de la Internacional Socialista. Las organizaciones que basan su legitimidad en reivindicaciones morales suelen reaccionar con mayor agresividad ante la supervisión, porque el escrutinio socava la propia narrativa de excepcionalismo ético en la que se basan.

El círculo íntimo y la gravedad institucional

El PRI también ha destacado el papel de Hana Jalloul, vicepresidenta de la Internacional Socialista y estrecha aliada política de Sánchez. Su protagonismo refuerza la percepción de que el centro operativo de la organización se ha desplazado decisivamente hacia el entorno político inmediato de Sánchez.

Desde esta perspectiva, la IS aparece menos como una plataforma internacional autónoma y más como una extensión de la red de influencia de un partido nacional. Está abierto a debate si esta caracterización es totalmente justa, pero explica la postura intransigente del PRI: no se trata de un desacuerdo sobre las líneas políticas, sino de una afirmación de que la propia institución ha sido capturada.

Por qué esto importa más allá de la política socialista interna

La intervención del PRI se produce en un momento en el que España ya está lidiando con múltiples polémicas relacionadas con la corrupción que implican al partido gobernante y a figuras cercanas al poder. Sin ensayar aquí esos casos domésticos, no puede ignorarse el contexto más amplio.

Las acusaciones internacionales tienen más peso cuando la confianza interna ya se ha resentido. Lo que antes podría haberse descartado como una fricción interna dentro de una organización en declive, ahora alimenta un debate europeo más amplio sobre las normas de gobernanza, responsabilidad y ética política.

Por eso este episodio es importante mucho más allá de la Internacional Socialista. Transforma lo que podría haber sido retratado como una lucha interna parroquial en una disputa transnacional dentro de la izquierda mundial, que afecta a la posición política de España y repercute en toda Europa.

Un final conocido

En última instancia, este asunto no trata sólo de Pedro Sánchez, ni de si la Internacional Socialista puede recuperar relevancia. Refleja una contradicción más profunda y recurrente dentro de la política socialista: los movimientos que prometen emancipación, transparencia y claridad moral sucumben repetidamente a los mismos impulsos: centralización del poder, manipulación de las normas, intolerancia de la disidencia y una sorprendente comodidad con la opacidad financiera una vez asegurada la autoridad.

Aquí hay pocas novedades. El vocabulario evoluciona, los estandartes se renuevan, pero los resultados permanecen obstinadamente constantes.

Nada nuevo en la utopía socialista. Sólo se renueva la retórica.