Entre el miedo, la propaganda y la resiliencia, en un mundo que se tambalea, en una Europa que ya no vive en un estado de confort estratégico, ¿cómo se defienden las sociedades de los países bálticos de los ataques híbridos? El conflicto desencadenado hace casi tres años por la Federación Rusa contra Ucrania ha puesto fin a la ilusión de que la paz en el viejo continente está garantizada, y en este contexto, los Estados del este de la UE están sintiendo el cambio más que ningún otro Estado europeo. Entre ellos, Lituania, Letonia y Estonia ocupan un lugar especial debido a su ubicación en la frontera con Rusia, con la memoria colectiva de lo que significó la ocupación soviética aún viva. Por ello, estos países se consideran a menudo un barómetro de la resistencia europea. El estudio «Trump, la propaganda rusa y la resiliencia báltica», realizado a finales de 2024, nos ofrece una imagen detallada e incómoda de cómo los ciudadanos de los tres países bálticos se relacionan con la propaganda, la seguridad, el Estado y su futuro europeo.
Lo que se desprende de la investigación apoyada por el Partido ECR no es una simple historia de manipulación e influencia externa, sino una mucho más complicada sobre la confianza, la pertenencia y la fragilidad de la asociación entre el Estado y sus ciudadanos. En este estudio, la propaganda rusa no aparece como una fuerza todopoderosa que lava el cerebro a poblaciones enteras, sino como un catalizador que amplifica frustraciones ya existentes. Los mensajes de Moscú encuentran terreno fértil allí donde la gente se siente abandonada, agraviada o carente de perspectivas, y allí donde el Estado funciona, donde los ciudadanos sienten que pueden opinar y son tratados con justicia, la propaganda pierde su poder.
Para entender esta dinámica, un factor clave es la transformación radical del panorama de los medios de comunicación. En los tres países bálticos, como en el resto de Europa, los medios de comunicación tradicionales ya no desempeñan el papel dominante de antaño. La televisión, que solía ser la principal fuente de información, ha sido destronada por los medios digitales, porque el público maduro prefiere los portales de noticias online y los jóvenes se informan principalmente a través de las redes sociales y las aplicaciones de mensajería. Como resultado, la información se difunde rápidamente, a menudo de forma fragmentada y emocional, y la línea entre noticias, opinión y manipulación es cada vez más difusa. Esta realidad se complica en Letonia y Estonia por la existencia de comunidades rusoparlantes que constituyen más del 30% de la población, herencia directa del periodo soviético. Aquí operan dos universos mediáticos paralelos, separados por la lengua y por experiencias históricas diferentes. Los letones y estonios étnicos consumen principalmente contenidos en su lengua nacional, mientras que una parte significativa de las minorías de los dos estados obtiene su información de fuentes en lengua rusa. La interacción entre estos espacios es mínima, y esto tiene consecuencias directas sobre cómo perciben e interpretan la realidad los ciudadanos. Con una minoría rusoparlante mucho más reducida, Lituania está menos fragmentada en este sentido, pero la propaganda rusa tampoco está ausente aquí. Ya no llega a través de los canales de televisión tradicionales, algunos de los cuales están prohibidos por motivos de seguridad nacional, sino a través de las redes sociales, las plataformas alternativas y las aplicaciones de mensajería, donde el control de la información es más difícil y los mensajes pueden circular sin obstáculos.

Una de las conclusiones más importantes de la investigación es que el mero consumo de medios de comunicación rusos no explica, por sí solo, la receptividad a los mensajes propagandísticos, porque las actitudes hacia el Estado, el gobierno y la sociedad son mucho más relevantes. Los ciudadanos que creen que su país va en la dirección equivocada y que no confían en las instituciones son significativamente más propensos a aceptar narrativas como la debilidad de la OTAN, el declive moral de Europa o la inutilidad de la resistencia militar. Este hallazgo es esencial porque desplaza el debate de la propaganda externa a los problemas internos, y los mensajes de Moscú no crean descontento de la nada, sino que se basan en las grietas existentes en la sociedad. El sentimiento de marginación de las minorías, la falta de transparencia o la percepción de una gobernanza ineficaz y de desigualdades económicas son puntos débiles ideales para los discursos que socavan la cohesión social. Un ejemplo obvio es la cuestión de la utilidad de la resistencia ante una invasión extranjera. Aunque la mayoría de la población de los tres países apoya la idea de que la resistencia es necesaria, existe un segmento significativo que duda o rechaza esta idea. El escepticismo es más pronunciado en Letonia, mientras que Lituania resulta ser la más decidida a resistir. Los más jóvenes, los que tienen bajos ingresos, los miembros de minorías, los que tienen una débil conexión con el Estado y los que sienten cierta nostalgia del pasado soviético son precisamente el perfil de los que creen que la resistencia a una invasión rusa es inútil. Esta actitud no debe interpretarse necesariamente como simpatía por la Federación Rusa, sino más bien como una forma de resignación, un sentimiento de que «de todas formas no tenemos ninguna posibilidad», de que las decisiones se toman en contra de la voluntad del pueblo y de que el sacrificio personal no tendría sentido. En el contexto de un posible conflicto, esta mentalidad es extremadamente peligrosa porque socava la capacidad de resistencia de una sociedad desde dentro.
Cuando la pregunta se refiere a la disposición a luchar con las armas en la mano, las diferencias entre los tres países bálticos y los grupos sociales se hacen aún más evidentes. Casi la mitad de los estonios y lituanos dicen que estarían dispuestos a defender su país con las armas, mientras que en Letonia la proporción es considerablemente menor. También en este caso, los factores decisivos no son sólo demográficos, sino sobre todo de actitud. El patriotismo, el interés por la política, la percepción de que el Estado funciona correctamente y de que las minorías reciben un trato justo aumentan significativamente la disposición a luchar. Por otra parte, la disminución del deseo de participar en la defensa armada está asociada al consumo constante de medios de comunicación rusos, especialmente la televisión. El estudio «Trump, la propaganda rusa y la resistencia báltica» nos muestra claramente que este efecto es secundario al nivel de confianza en el Estado, porque un ciudadano insatisfecho será reacio a luchar independientemente de la fuente de información, mientras que uno que se sienta representado y respetado será más difícil de convencer de que la resistencia es inútil.
Otro pilar central de la propaganda rusa en los países bálticos es cuestionar el compromiso de la OTAN. La idea de que la OTAN no intervendría para defender a los países bálticos es antigua, pero se ha reavivado intensamente con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y los mensajes ambiguos enviados por la nueva administración estadounidense. Los datos del estudio muestran que entre una cuarta y una tercera parte de los ciudadanos bálticos se muestran escépticos sobre la protección que ofrece la OTAN, un porcentaje nada desdeñable. Esta desconfianza está más extendida entre las personas con menor nivel educativo, las que consumen con frecuencia medios de comunicación rusos y las que consideran que carecen de influencia política. Reiteramos la idea de que no es la propaganda en sí misma el factor decisivo, sino el sentimiento de alienación, porque cuando los ciudadanos sienten que su voz no importa, son más proclives a creer que ni siquiera sus aliados les defenderán.
Casi la mitad de los ciudadanos bálticos están de acuerdo con el mensaje: «El declive moral de Europa»
El mensaje sobre el «declive moral de Europa» es sorprendentemente eficaz, ya que casi la mitad de los encuestados están de acuerdo, en mayor o menor medida, con esta afirmación. Este resultado debe hacernos reflexionar, porque no se limita a los grupos marginales y, en algunos casos, la percepción del declive moral es más común entre las personas de más edad, con estudios superiores e ingresos. Por lo tanto, podemos interpretar que en este caso no se trata necesariamente de una cuestión de alineamiento de los ciudadanos con los valores promovidos por el Kremlin, sino más bien de una decepción con las transformaciones de la sociedad europea, la pérdida de puntos de referencia tradicionales y la sensación general de inestabilidad. Más allá de las opiniones y percepciones, el estudio analiza también el nivel real de miedo que siente la población. En este sentido, Lituania destaca como el más preocupado de los tres países, ya que menos de la mitad de los lituanos considera que su país es seguro, y la sensación de inseguridad es aún más pronunciada a nivel personal (entre los jóvenes, las mujeres y las personas con bajos ingresos). Por el contrario, Estonia, con más del 80% de ciudadanos que creen que su país es seguro, parece ser el más confiado.
Curiosamente, cuando se preguntó a los ciudadanos cómo percibían la evolución de la seguridad en los últimos tres años, las respuestas fueron relativamente similares en los tres países. Aproximadamente un tercio de los encuestados percibe un deterioro de la seguridad, y sólo un tercio cree que la situación ha mejorado. Esta percepción sugiere que, más allá de las diferencias nacionales, existe una sensación generalizada de incertidumbre, alimentada por las tensiones internacionales y la inestabilidad económica vinculada al conflicto de Ucrania.
Las fuentes específicas de este temor difieren de un país a otro. La amenaza militar y la situación mundial dominan claramente las preocupaciones de los ciudadanos lituanos. En los otros dos países (Letonia y Estonia), la situación económica y las cuestiones sociales son percibidas por los ciudadanos como igualmente amenazadoras, si no más. Aunque están presentes en el discurso público europeo, las cuestiones medioambientales se consideran secundarias en comparación con los riesgos inmediatos relacionados con la seguridad y la vida cotidiana.
Sin embargo, el miedo no se queda en lo meramente abstracto, porque uno de los aspectos más interesantes de la investigación es el análisis de los comportamientos de adaptación y preparación. Una parte significativa de la población de los países bálticos ha tomado medidas concretas en los últimos tres años para hacer frente a posibles crisis. Muchos ciudadanos han aumentado sus ahorros en efectivo, han pospuesto grandes compras, han hecho acopio de alimentos y medicinas, o han aprendido habilidades útiles para situaciones de emergencia. En este sentido, Estonia destaca por tener el mayor nivel de preparación individual, mientras que Lituania sobresale por su mayor implicación de las organizaciones cívicas. El análisis de estos comportamientos de los ciudadanos nos muestra una forma de resiliencia práctica, pero también una cierta desconfianza de la población en la capacidad del Estado para gestionar por sí solo una crisis grave, y esto queda demostrado por el hecho de que la gente se prepara para lo peor, pero prefiere hacerlo por su cuenta.
Una posible invasión militar de los países bálticos entre la solidaridad y el miedo
Un escenario extremo, el de una invasión militar rusa, hace aflorar tanto la solidaridad como el miedo. Casi la mitad de los encuestados afirman que ayudarían al ejército de forma no militar (logística, apoyo civil u otras formas de resistencia). Aproximadamente una cuarta parte estaría dispuesta a luchar con armas, y un porcentaje similar consideraría la posibilidad de emigrar. Esto contradice las narrativas alarmistas sobre la simpatía generalizada por la Federación Rusa, ya que sólo una minoría muy pequeña apoyaría a las fuerzas rusas. La emigración es una opción seriamente considerada por una cuarta parte de la población, lo que plantea serias dudas dado que los más dispuestos a marcharse son los jóvenes y los que tienen mayores ingresos, y esto supondría una enorme pérdida potencial de capital humano, justo cuando el país más lo necesita.
La sombra de la política estadounidense se cierne sobre todos estos temores, y el regreso de Donald Trump a la presidencia de EEUU es percibido por la mayoría de los encuestados como un factor que debilita el compromiso estadounidense con la Unión Europea. Una proporción significativa de ellos espera que la OTAN se debilite y que disminuya la implicación estadounidense en la seguridad del continente, lo que provocaría un deterioro de la seguridad en los países bálticos. Estas expectativas no hacen sino amplificar el sentimiento de inseguridad y reforzar la idea de que Europa debe confiar más en sus propias fuerzas. Los bálticos ven la guerra de Ucrania a través del prisma de la incertidumbre, ya que pocos creen en un resultado claro y favorable para el pueblo ucraniano. La mayoría de los entrevistados cree que Ucrania perderá territorio al final del conflicto, mientras que los jóvenes y los miembros de las minorías étnicas tienen expectativas algo más optimistas. Esta resignación parcial de los ciudadanos refleja, por un lado, el cansancio de un conflicto prolongado y, por otro, el temor a que el precedente sentado pueda afectar a toda la región.
La conclusión del estudio, «Trump, la propaganda rusa y la resiliencia báltica», envía un mensaje claro y quizá incómodo a los responsables políticos. La resiliencia no puede construirse mediante prohibiciones y sanciones a los medios de comunicación o combatiendo la propaganda con contrapropaganda. La resiliencia se construye mediante la buena gobernanza, la inclusión social y la confianza. Una sociedad en la que los ciudadanos se sienten representados, protegidos y respetados es mucho más difícil de desestabilizar, independientemente de las presiones externas. En las últimas décadas, los tres estados bálticos han progresado considerablemente, pero los datos del estudio muestran que hay grietas, y que estas grietas pueden ser explotadas. En una Europa en la que la línea que separa la guerra de la paz es cada vez más difusa, la línea de defensa más fuerte sigue siendo la cohesión interna, que no se impone por la fuerza, sino que se gana día a día mediante políticas que hacen creer a la gente que vale la pena defender a su país porque el país, a su vez, cuida de sus ciudadanos.