
El sistema internacional está experimentando una profunda redefinición, en la que las certezas de la posguerra y de la Guerra Fría parecen erosionarse progresivamente. Europa, que durante décadas se benefició de la protección militar estadounidense y construyó un modelo basado en el bienestar social y la generalización de los derechos, se enfrenta ahora a un doble desafío: por un lado, la emergencia de potencias globales que sitúan el compromiso colectivo y la voluntad de sacrificio en el centro de su estrategia; por otro, el acercamiento de los actores euroasiáticos, comprometidos con la configuración de un orden multipolar alternativo a la hegemonía atlántica. Esta doble presión está obligando a Europa a reconsiderar su identidad estratégica, cultural y política. La ilusión de poder mantener la prosperidad sin los costes de defensa correspondientes corre el riesgo de marginar al continente, a medida que el centro de gravedad geopolítico mundial se desplaza hacia Eurasia.
EL MENSAJE SIMBÓLICO DEL PODER CHINO
El desfile militar organizado en Pekín no es una simple demostración de medios militares, sino que representa un lenguaje político que comunica determinación y voluntad colectiva. El elemento crucial no es tanto la cantidad de armas desplegadas como la capacidad de transmitir la idea de una nación dispuesta a asumir costes y sacrificios para afirmar su visión del mundo. Un compromiso, incluso ante el poder. Estas demostraciones constituyen una verdadera pedagogía política, al reafirmar cómo la voluntad de compromiso es un rasgo esencial de la legitimación del poder. Representan no sólo un desafío militar, sino también una provocación cultural a Occidente, invitándole a enfrentarse a su propia incapacidad para valorar el concepto de compromiso como elemento definitorio de la identidad.
COMPROMISO DE ESTADOS UNIDOS Y EUROPA
Estados Unidos lleva mucho tiempo insistiendo en la necesidad de que Europa aumente el gasto en defensa, refuerce su independencia energética y apoye los activos tecnológicos compartidos con Occidente. Estas exigencias, a menudo percibidas como imposiciones unilaterales, se basan en realidad en una evaluación pragmática de los riesgos asociados a los cambios en los equilibrios mundiales. La creciente asertividad de China deja claro que las preocupaciones de Washington no eran infundadas. Hoy, Estados Unidos teme no sólo la erosión de su primacía económica e industrial, sino también la posibilidad de tener que enfrentarse en solitario a una competencia mundial que se intensifica en múltiples frentes. La brecha entre Estados Unidos y Europa no sólo tiene que ver con opciones políticas, sino también con raíces culturales. En Estados Unidos, el sacrificio por el propio país es una narrativa constante, celebrada en los medios de comunicación, la literatura y las artes visuales. En Europa, sin embargo, la vergüenza predominante hacia la dimensión militar suele sustituirse por un mayor énfasis en los valores humanitarios y civiles. Esta actitud se deriva de un clima político y social que ha preferido imaginar el continente como un espacio de derechos garantizados y deberes reducidos. La idea de que la prosperidad podría mantenerse sin compromisos colectivos también ha sido alimentada por movimientos que a lo largo de los años han construido su retórica sobre la promesa de beneficios sin compromisos directos. El éxito de esta visión depende de su simplicidad: defender el bienestar sin reforzar la seguridad, proteger el medio ambiente sin replantear las cadenas de producción, reclamar la soberanía sin aceptar los costes de la integración europea. Sin embargo, esta perspectiva corre el riesgo de dejar a Europa sin las herramientas necesarias para enfrentarse a un mundo caracterizado por una competencia cada vez mayor. La capacidad de renunciar al bienestar inmediato para garantizar la supervivencia futura representa no sólo una opción política, sino una dimensión antropológica que Europa parece haber perdido. Sin una narrativa compartida de compromiso, el continente corre el riesgo de depender cada vez más de otros actores internacionales.
EL PARAGUAS AMERICANO Y SUS LÍMITES
Durante décadas, la seguridad europea ha estado garantizada por la presencia militar de Estados Unidos. Esta condición ha permitido concentrar los recursos en la construcción del bienestar, pero también ha generado una vulnerabilidad estructural: la creencia de que la protección exterior era un bien ilimitado. Hoy, esta certeza se tambalea. El compromiso estadounidense no puede considerarse eterno y automático, especialmente en un contexto en el que Estados Unidos está llamado a enfrentarse a retos simultáneos en Asia, Oriente Medio y América Latina. Por tanto, Europa debe evaluar si sigue viviendo en la creencia de que puede delegar su propia defensa o si adopta un papel más activo en la protección de sus valores.
EL ACERCAMIENTO EUROASIÁTICO COMO RETO ESTRUCTURAL
Paralelamente al crecimiento de China, el fortalecimiento de las relaciones entre Pekín y Moscú está contribuyendo a redibujar el panorama geopolítico. Esta convergencia no se limita a la coordinación en cuestiones individuales, sino que forma parte de un proyecto más amplio dirigido a construir un orden multipolar como alternativa a la hegemonía occidental. Instituciones como la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) y plataformas como los BRICS se están convirtiendo en herramientas clave para reforzar los lazos económicos, políticos y culturales entre las potencias euroasiáticas. La inclusión de países como India, Pakistán e Irán confiere a estas alianzas un carácter global y refuerza la percepción de una potencia alternativa capaz de ejercer una influencia a gran escala.
DIMENSIONES MILITAR Y TECNOLÓGICA DE LA COOPERACIÓN EUROASIÁTICA
La cooperación entre Rusia, China y otros actores regionales no se limita a la esfera económica. Las maniobras militares conjuntas, el intercambio de tecnología y las inversiones conjuntas en inteligencia artificial y ciberseguridad son una señal de autonomía estratégica. Aunque persisten las diferencias tecnológicas con Occidente, los arsenales combinados y las capacidades militares de los países implicados constituyen un importante factor de disuasión. En este contexto, China pretende reducir la brecha tecnológica con Occidente invirtiendo en sectores estratégicos como las telecomunicaciones y la ciberseguridad. El objetivo no es una confrontación inmediata, sino la construcción de un ecosistema competitivo que, a medio plazo, pueda reequilibrar el poder.
IMPLICACIONES PARA EUROPA
La progresiva consolidación de un bloque euroasiático representa un complejo desafío para Europa. Por un lado, el continente sigue anclado a la Alianza Atlántica; por otro, no puede ignorar las oportunidades que ofrecen los mercados y las asociaciones económicas con los actores euroasiáticos. Esta doble tensión corre el riesgo de amplificar las divisiones internas, con algunos países inclinados a estrechar lazos con Estados Unidos y otros más proclives a mantener relaciones privilegiadas con Moscú y Pekín. La presión ejercida por Rusia y China, incluso por medios energéticos y diplomáticos, podría debilitar progresivamente la cohesión europea. La ausencia de una estrategia común corre el riesgo de transformar el continente en un campo de batalla entre potencias exteriores, incapaz de afirmar una posición autónoma.
LA TRANSFORMACIÓN DEL SISTEMA INTERNACIONAL
La consolidación de las potencias euroasiáticas y su convergencia estratégica no son fenómenos transitorios, sino signos de una transformación estructural del orden mundial. El mundo avanza hacia un sistema multipolar en el que Occidente ya no puede dictar unilateralmente las reglas. El reto para Europa es combinar la defensa de sus valores con la capacidad de navegar en un contexto de estructuras de poder múltiples y en constante evolución. Esto requiere no sólo recursos económicos y militares, sino sobre todo una nueva narrativa colectiva que valore el compromiso como fundamento de la identidad europea. La competición entre Occidente y Eurasia no se juega únicamente a nivel económico o militar, sino que afecta a la capacidad de cada actor para construir una narrativa cultural y política capaz de movilizar a los ciudadanos. Europa, cautiva de la ilusión de disfrutar de derechos sin cargas, corre el riesgo de perder su centralidad en este nuevo escenario. El futuro dependerá de la capacidad del continente para asumir responsabilidades proporcionadas y reconocer que la defensa de sus valores exige sacrificio y compromiso colectivo. Sin esta transformación cultural, Europa seguirá siendo un aliado vacilante, incapaz de resistir el impacto de un mundo cada vez más competitivo y menos indulgente.