La multa de 120 millones de euros impuesta a X no es sólo una disputa técnica: revela la deriva discrecional con la que Bruselas está aplicando la Ley de Servicios Digitales, transformando una herramienta creada para garantizar la transparencia en un poder político capaz de afectar al pluralismo digital europeo.
Europa, que pretende regular el ecosistema digital mundial con la autoridad de la ley, corre cada vez más el riesgo de deslizarse hacia el terreno de la discrecionalidad política. La multa
La cuestión no es Musk. La cuestión es
Un ASD que se desliza hacia la arbitrariedad
La postura de los eurodiputados Nicola Procaccini y Patryk Jaki, copresidentes del Grupo ECR, es inequívoca. La decisión de la Comisión, dicen, revela problemas estructurales en la forma de interpretar y aplicar el ASD. No se trata de una cuestión técnica, sino de una alarma política. Procaccini, según se recoge en la declaración oficial del grupo parlamentario, señala que cuando Bruselas impone una multa de 120 millones de dólares por infracciones «definidas en términos vagos y muy subjetivos«, surge una duda legítima sobre la proporcionalidad y neutralidad de la decisión. Y añade un punto decisivo: «Un derecho digital sin seguridad jurídica corre el riesgo de convertirse en un instrumento de discrecionalidad política». Esto no es un ataque a la regulación. Es un ataque a la falta de criterios claros, a la posibilidad de que un aparato supranacional pueda utilizar normas flexibles para imponer sanciones selectivas, para «enviar una señal» en lugar de hacer cumplir la ley.
Cuando las plataformas temen más a la política que a la ley. Pero es Patryk Jaki quien señala la consecuencia más peligrosa: la autocensura. Si las plataformas empiezan a temer no lo que dice la normativa, sino lo que pueda pensar la Comisión, el resultado será un entorno digital menos libre, más conformista, más predecible y, por tanto, más fácilmente controlable. Como afirma Jaki «Si las empresas temen que las opciones de diseño controvertidas o las interpretaciones de la transparencia puedan acarrear multas enormes, el resultado no será una mayor seguridad, sino más autocensura y un debate menos abierto». En una democracia liberal, el temor reverencial de las plataformas al poder político es un
Proporcionalidad opaca y criterios inexistentes: la sanción como acto político. Otro punto crítico denunciado por el ECR se refiere a la falta de transparencia en el cálculo de la multa. Según el comunicado oficial, la Comisión ha sido incapaz de explicar los parámetros utilizados para llegar a la cifra exacta de 120 millones. Ningún modelo. Ninguna fórmula. Ninguna justificación numérica. Sólo una referencia a la «proporcionalidad». Es precisamente esta falta de método lo que convierte la sanción en un precedente peligroso: un legislador europeo que, en lugar de proporcionar criterios objetivos, se reserva el derecho de golpear de forma punitiva y arbitraria, creando la impresión de que el cumplimiento no se evalúa en función de la ley, sino de las expectativas políticas cambiantes.
Y el ECR no se limita a criticar: pedirá formalmente a la Comisión que dé explicaciones sobre la lógica, los criterios y la proporcionalidad de la intervención.
El riesgo sistémico: una Europa que castiga a los que no se conforman
Durante años, el debate europeo sobre la regulación digital ha oscilado entre dos impulsos:
- el deseo legítimo de proteger a los usuarios;
- la tentación, mucho menos legítima, de regular la disidencia, incluso cuando adopta la forma de modelos de negocio, diseño de plataformas o elecciones editoriales.
La sanción contra X cae precisamente en esta encrucijada. Y crea la impresión de que Europa se embarca en una vía de gobernanza por intimidación, en la que la plataforma «no alineada» o simplemente más difícil de controlar se convierte en el objetivo ejemplar. El hecho de que el caso estalle en medio de una creciente fricción transatlántica sobre las normas digitales no es un detalle: es el contexto geopolítico en el que esta decisión será leída por Washington, dirigido ahora por una administración menos inclinada a considerar a Bruselas un árbitro neutral.
Libertad, pluralismo y derecho: la visión conservadora
La postura del ECR no defiende a Musk ni a ninguna plataforma en particular. Defiende un principio: el poder regulador debe ser neutral, mensurable y verificable. Porque cuando la ley queda abierta a la interpretación, los ciudadanos -y con ellos los usuarios digitales- pierden las garantías fundamentales del Estado de Derecho. La ASD, en su intención original, debía ser la herramienta europea para garantizar la transparencia, la seguridad y la responsabilidad. Pero una ASD aplicada como en este caso corre el riesgo de convertirse en su contrario: un marco en el que la discrecionalidad prevalezca sobre la certeza, y en el que las plataformas aprendan más a evitar conflictos políticos que a cumplir las normas técnicas. Éste es el quid de la cuestión: una Europa que castiga sin explicar, interpreta sin aclarar y regula sin garantizar la neutralidad no defiende la democracia: la debilita.
La verdadera batalla es sobre el futuro del pluralismo digital
El ECR tiene razón al exigir claridad, proporcionalidad y seguridad jurídica. Tiene razón al pedir una regulación que no se convierta en un arma política. Y, sobre todo, tiene razón al denunciar el riesgo de que el miedo de Bruselas cree un ecosistema digital más pobre, más precavido y menos libre. La democracia no crece en el silencio: crece en el choque de ideas. Y cualquier ley que fomente el silencio, aunque sea involuntariamente, es una ley que debe ser revisada. Si Europa quiere ser una civilización antes que un sistema de normas, debe recordar que la libertad de expresión no se defiende con sanciones ejemplares. Se defiende con seguridad jurídica, con la neutralidad de las instituciones y con el rechazo de cualquier tentación de ejercer la discrecionalidad. El caso X no es más que la primera prueba. Y es bueno que por fin alguien lo diga claramente.
Focus – ¿Qué es la Ley de Servicios Digitales?
La Ley de Servicios Digitales es el nuevo marco normativo con el que la UE pretende regular las grandes plataformas digitales, imponiendo obligaciones mucho más estrictas a las Plataformas en Línea Muy Grandes (VLOP), es decir, los servicios con más de 45 millones de usuarios en la Unión. La DSA se creó con el objetivo de aumentar la transparencia, mitigar los riesgos sistémicos (desinformación, injerencia extranjera, manipulación del debate público), proteger a los usuarios y hacer más previsible el mercado digital europeo. Para los VLOP, esto significa tener que hacer públicos sus archivos publicitarios, permitir a los investigadores acreditados el acceso a los datos, evitar prácticas engañosas en las interfaces