El miércoles 19 de noviembre, la Comisión Europea anunció lo que muchos observadores sospechaban desde hacía meses: la aplicación de las normas de la Ley de IA sobre sistemas de «alto riesgo» se ha retrasado de 2026 a diciembre de 2027. Esta noticia anticipada marca uno de los retrocesos más significativos de la historia del legislador europeo. La Unión, que aspiraba a ser la primera del mundo en regular la inteligencia artificial, debe admitir ahora que no puede apoyar su aplicación en el plazo previsto. La razón oficial es «técnica»: no hay normas ni directrices, ni autoridades nacionales verdaderamente operativas. La verdadera razón, sin embargo, es política: el modelo europeo de IA, que prioriza las restricciones sobre el desarrollo, ha llegado a sus límites. Según Politico, la intensa presión de la administración Trump, la industria tecnológica y varios gobiernos nacionales -entre ellos Alemania, Francia, Escandinavia y Europa Central- ha convencido a Bruselas de que seguir en esta línea sólo significaría una cosa: desarmar a Europa en la competición mundial por la IA.
La IA no puede gobernarse por decreto: Europa debe sustituir las normas por un verdadero poder industrial
El continente que quería «dar una lección al mundo» está descubriendo lo que los conservadores llevan años diciendo: la tecnología no la crea la regulación, sino la inversión, la investigación y la capacidad industrial. Mientras Estados Unidos y China invierten miles de millones en ecosistemas propios de IA -que también son fundamentales para la defensa, la seguridad y la economía-, la UE imaginó que podría convertirse en «el regulador mundial» sin poseer la infraestructura, el poder industrial ni la masa crítica tecnológica necesarios.
Esta distorsión está ahora a la vista de todos:
– demasiadas limitaciones para las PYME europeas, que corren el riesgo de no poder permitirse su cumplimiento;
– se están redactando normas antes de que existan siquiera normas técnicas;
– ausencia de una estrategia industrial europea sobre la IA, sustituida por la ilusión del «efecto Bruselas»;
– retrasos en las agencias nacionales que se supone deben hacer cumplir normas complejas y costosas.
El aplazamiento es, por tanto, un reconocimiento de que: Europa corría el riesgo de paralizarse. ¿La suspensión es una buena noticia? Sí, pero sólo si cambiamos de dirección. El aplazamiento sólo será beneficioso si Europa aprovecha este tiempo para corregir su rumbo. Aquí es donde entra en juego un punto de vista conservador basado en principios fundamentales.
1. Priorizar la innovación sobre la burocracia. Por supuesto, la IA debe ser fiable y centrarse en el ser humano. Sin embargo, si la regulación se convierte en una barrera infranqueable, las Big Tech estadounidenses y los gigantes estatales chinos serán los únicos beneficiarios, no las empresas europeas. La regulación debe ser una hoja de ruta para el desarrollo, no un freno.
2. Las libertades individuales como fundamento El ECR ha subrayado en repetidas ocasiones que una regulación inadecuada de la IA puede perjudicar a la industria y amenazar los derechos fundamentales, por ejemplo mediante:
– vigilancia biométrica intrusiva
– algoritmos opacos en la toma de decisiones públicas
– sistemas de evaluación automática no transparentes.
Por tanto, aunque apoyamos la protección de los ciudadanos, nos oponemos a una tecnocracia central que lo decida todo desde Bruselas.
3. La soberanía digital europea. Para los europeos conservadores, el punto más importante es sencillo: la UE no puede limitarse a ser un organismo regulador global. Debe convertirse en un actor tecnológico soberano. Esto significa invertir en investigación y en modelos europeos de IA, reforzar las cadenas europeas de suministro de semiconductores, nubes y supercomputación, garantizar la autonomía en tecnologías sensibles como la defensa, la seguridad y los datos estratégicos, y evitar que la regulación ahogue cualquier intento de liderazgo continental.
Bruselas ha hecho lo correcto al detener un tren que se precipitaba hacia un muro, pero posponerlo sin hacer correcciones sería un síntoma más del inmovilismo europeo. Lo que hace falta es un cambio de rumbo que proteja los derechos de los ciudadanos, defienda la libertad económica y reactive la competitividad de las empresas europeas. Y, sobre todo, que garantice la soberanía digital del continente.
Sólo entonces podrá Europa ocupar su lugar en la mesa mundial de la IA como protagonista, no como espectadora.