
La llamada «Declaración de Nueva York», redactada durante la conferencia internacional celebrada en julio en las Naciones Unidas y apoyada por un amplio espectro de actores internacionales -entre ellos la Unión Europea, la Liga Árabe, el Reino Unido y Canadá-, podría representar un importante punto de inflexión diplomático en el largo y conflictivo conflicto palestino-israelí. Lo que distingue a este documento de anteriores intentos de mediación es el carácter bilateral de su condena: por un lado, expresa fuertes críticas a los atentados del 7 de octubre perpetrados por Hamás; por otro, denuncia abiertamente la respuesta militar de Israel, que considera desproporcionada y causante de una catástrofe humanitaria en Gaza. El núcleo del documento es un plan global para el desarme de Hamás, la transición administrativa a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y la revitalización de la solución de los dos Estados, con el apoyo de una misión internacional bajo los auspicios de la ONU. El contenido de la declaración merece sin duda análisis y consideración, especialmente en un intento de predecir sus consecuencias políticas y las implicaciones futuras de la cuestión israelo-palestina.
EL CONTEXTO DE LA DECLARACIÓN
La «Declaración de Nueva York», hecha pública al término de la conferencia de la ONU copresidida por Francia y Arabia Saudí, representa un paso significativo en la diplomacia multilateral relativa al conflicto palestino-israelí. Tras meses de devastación en Gaza y de crecientes tensiones internacionales, la comunidad internacional reconoció la urgencia de ir más allá de la retórica y promover una plataforma compartida con el objetivo último de reiniciar el proceso de paz. La declaración recibió el apoyo de 22 países de la Liga Árabe, la Unión Europea y otras 17 naciones, entre ellas Italia. No sólo condena los crímenes perpetrados por Hamás durante el ataque del7 de octubre, sino que introduce una condena explícita e inequívoca de la acción militar israelí en la Franja de Gaza, responsable de decenas de miles de víctimas civiles y de una crisis humanitaria sin precedentes.
LA DOBLE CONDENA: HACIA UN EQUILIBRIO DIPLOMÁTICO
El primer punto de interés se refiere a la doble condena contenida en la Declaración de Nueva York. Por un lado, el documento afirma claramente: «Condenamos los atentados cometidos por Hamás contra civiles el 7 de octubre». Se trata de una postura significativa, sobre todo si se tiene en cuenta que, por primera vez, la Liga Árabe también se ha pronunciado sin reservas contra Hamás, rompiendo un silencio que a menudo había alimentado la ambigüedad en el pasado. Por otra parte, el documento critica abiertamente la respuesta israelí: «Condenamos los ataques de Israel contra la población civil de Gaza, las infraestructuras civiles, el asedio y la hambruna, que han causado una catástrofe humanitaria devastadora». Esta formulación, también sin atenuantes, pone de manifiesto cómo la acción de Israel es percibida, incluso por sus aliados históricos, como excesiva e incompatible con los principios del derecho internacional humanitario. Esta doble condena representa un cambio en el tono y las intenciones de la diplomacia internacional, que en el pasado solía centrarse casi exclusivamente en condenar el terrorismo palestino, pasando por alto la responsabilidad israelí. La Declaración de Nueva York, por el contrario, pretende restablecer un equilibrio ético y jurídico en la evaluación de la violencia en curso.
EL DESARME DE HAMAS Y EL PAPEL DE LA AUTORIDAD PALESTINA
Otro punto central del documento es el llamamiento explícito al desarme de Hamás. El punto 11 afirma: «Para concluir la guerra en la Franja, Hamás debe poner fin a su dominio en Gaza y entregar sus armas a la Autoridad Nacional Palestina, con el compromiso y el apoyo internacionales». Esta cláusula es significativa en varios aspectos. En primer lugar, establece el deseo de la comunidad internacional de reafirmar a la Autoridad Palestina como único órgano político y administrativo legítimo de los palestinos. En segundo lugar, la condición del desarme no se deja a una dinámica bilateral, sino que se sitúa en un marco multilateral que prevé la implicación directa de la ONU, el apoyo regional y el posible despliegue de tropas internacionales. Es igualmente importante subrayar que el documento prevé una misión internacional temporal de estabilización, con mandato del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, para proteger a los palestinos, supervisar la transferencia de la administración a la Autoridad Palestina y vigilar el alto el fuego. Esta misión representaría una innovación concreta en la gestión posbélica de Gaza, implicando también a países como Italia en el suministro de tropas.
LA SOLUCIÓN DE LOS DOS ESTADOS: ENTRE EL REALISMO Y LA AMBICIÓN
El núcleo de la Declaración es la revitalización de la solución de los dos Estados como horizonte político indispensable. El documento pide explícitamente a los Estados miembros de la ONU que reconozcan al Estado de Palestina, instando a un proceso gradual pero vinculante hacia la creación de un Estado palestino soberano e independiente. En este contexto, la iniciativa de Francia y el Reino Unido adquiere un valor simbólico y estratégico. Emmanuel Macron ha anunciado que Francia será el primer país del G7 y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU en reconocer oficialmente al Estado de Palestina durante la próxima Asamblea General de las Naciones Unidas. El Reino Unido asumió un compromiso similar, vinculando su reconocimiento a la voluntad de Israel de aceptar un alto el fuego e iniciar un proceso de paz en un plazo de ocho semanas. Por tanto, el apoyo a la solución de los dos Estados no sólo se expresa con palabras, sino también con medidas diplomáticas concretas. Actualmente, 147 miembros de la ONU ya han reconocido el Estado de Palestina; se cree que la adhesión de las principales potencias occidentales podría acabar con la oposición israelí e impulsar un reequilibrio geopolítico.
NEGATIVA ISRAELÍ Y AUSENCIA ESTADOUNIDENSE
A pesar del alcance y el consenso de la Declaración, Israel y Estados Unidos se opusieron a la iniciativa. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, rechazó la reunión, reiterando su oposición a la solución de los dos Estados, alegando motivos de seguridad y la defensa de la identidad nacional. Estados Unidos, por su parte, boicoteó la conferencia, señalando su distancia estratégica respecto al enfoque multilateral propuesto. Estas reacciones ponen de manifiesto la persistente dificultad para alinear las visiones políticas de las grandes potencias con las del resto de la comunidad internacional. Sin embargo, el aislamiento diplomático de Israel, en un momento en que incluso algunos socios históricos empiezan a reconocer a Palestina, podría generar nuevas dinámicas de presión.
¿UNA NUEVA FASE PARA LA DIPLOMACIA INTERNACIONAL?
La Declaración de Nueva York podría marcar el inicio de una nueva fase en la diplomacia relativa al conflicto israelo-palestino. Articula una visión compleja pero equilibrada que reconoce la responsabilidad de ambas partes, pone fin a la ambigüedad árabe sobre el papel de Hamás, reafirma la centralidad de la ONU en el proceso de paz y reafirma la solución de dos Estados como única opción viable. En un momento en que el conflicto ha alcanzado niveles de devastación sin precedentes, es evidente la urgencia de una nueva arquitectura política y diplomática. La declaración, apoyada por diversos actores -europeos, árabes, occidentales y de Oriente Medio-, demuestra que existe un terreno común sobre el que construir un consenso de trabajo, incluso allí donde las diferencias históricas parecían insalvables. El éxito de esta iniciativa dependerá de muchas variables: el desarme efectivo de Hamás, la capacidad de la AP para gestionar Gaza de forma creíble, la voluntad de Israel de abandonar su hostilidad ideológica hacia el Estado palestino y el papel de los actores internacionales para garantizar el cumplimiento de los acuerdos. También será crucial que la misión internacional propuesta no se quede en una declaración de intenciones, sino que se traduzca en una presencia concreta sobre el terreno, con legitimidad, recursos y un mandato claro. El apoyo de países como Italia, que ya ha expresado su voluntad de aportar tropas, es una señal alentadora. Pero es esencial que este esfuerzo vaya acompañado de un apoyo financiero sostenible, un compromiso diplomático continuado y una presión coordinada sobre todas las partes implicadas para que respeten los principios del derecho internacional. La mera existencia de un documento como la Declaración de Nueva York -compartido por un grupo amplio y diverso de naciones- sugiere que el statu quo ya no es aceptable. La comunidad internacional ha empezado por fin a trazar un camino coherente, concreto y multilateral para superar décadas de conflicto, violencia y estancamiento político. Se trata de una nueva base, que va más allá del simple llamamiento al fin de las hostilidades, sino que propone un marco político realista, global y compartido. Que esto represente un avance definitivo o una nueva ilusión dependerá ahora de la voluntad de las partes y de la determinación de la diplomacia mundial. Pero por primera vez en muchos años, la posibilidad de un cambio estructural parece al menos concebible.