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El G7 en Canadá: Entre la diplomacia y las fracturas estratégicas

Mundo - noviembre 22, 2025

La reciente reunión de ministros de Asuntos Exteriores del G7, organizada por Canadá en el sur de Ontario, tuvo lugar en un contexto internacional marcado por profundas divisiones políticas y estratégicas. Los debates se centraron en tres cuestiones globales: la guerra de Ucrania, la crisis humanitaria y política de Gaza y las políticas comerciales y arancelarias promovidas por la administración estadounidense. Pero más que una demostración de unidad entre las principales democracias industrializadas, la cumbre puso de relieve las crecientes divergencias entre Estados Unidos y sus aliados históricos. La cumbre, presidida por la ministra canadiense de Asuntos Exteriores, Anita Anand, reunió a representantes de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Japón y la Unión Europea, así como a varios países invitados, como Australia, Brasil, India, Arabia Saudí, México, Corea del Sur, Sudáfrica y Ucrania. El secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, en representación del presidente Donald Trump, hizo hincapié en la seguridad nacional de Estados Unidos como máxima prioridad de la política exterior estadounidense, lo que provocó el descontento de otros asistentes, preocupados por la postura cada vez más unilateral de Washington.

LA BRECHA COMERCIAL ENTRE ESTADOS UNIDOS Y CANADÁ

Entre las principales fuentes de tensión se encuentra el deterioro de las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Canadá, caracterizadas históricamente por una estrecha cooperación económica y militar. La imposición de aranceles a las importaciones canadienses por parte de la administración Trump ha desencadenado un clima de creciente desconfianza. Sin embargo, la percepción generalizada es que Washington prioriza ahora la búsqueda de sus propios intereses económicos nacionales sobre la cooperación multilateral. Esta tendencia plantea retos a Canadá, que, pese a ser miembro del G7 y aliado histórico de Estados Unidos, se encuentra actualmente en una posición ambivalente: por un lado, la necesidad de preservar los lazos económicos con su socio estadounidense; por otro, el deseo de defender su autonomía política y comercial.

EL PESO DE LAS CRISIS INTERNACIONALES: UCRANIA Y GAZA

Además de las disputas económicas, el G7 tuvo que enfrentarse a dos crisis geopolíticas que están remodelando el equilibrio mundial: la guerra de Ucrania y el conflicto de Gaza. Ambas cuestiones pusieron de relieve cómo el liderazgo de EEUU está siendo disputado entre sus aliados. En el frente ucraniano, la cumbre contó con la participación del ministro ucraniano de Asuntos Exteriores, acogido como interlocutor prioritario. Los países europeos, en particular el Reino Unido, anunciaron nuevos paquetes de ayuda, incluida una contribución británica de trece millones de libras destinada a reparar las infraestructuras energéticas ucranianas dañadas por los ataques rusos. Canadá expresó un compromiso similar, señal de una coordinación entre aliados europeos y norteamericanos que, sin embargo, no siempre coincide con las prioridades estadounidenses. La administración Trump, aunque sigue declarando su apoyo a Kiev, ha demostrado una actitud más cautelosa y negociadora. Esta postura ha suscitado preocupación entre los socios del G7, que temen un debilitamiento de la presión contra Rusia. Mientras los países europeos abogan por una política firme, Washington parece favorecer un enfoque pragmático, más cercano a la lógica de la contención que a la de la disuasión. Esta divergencia socava la capacidad del G7 para presentar un frente unido contra Moscú. En Oriente Medio, la situación es aún más compleja, con la iniciativa estadounidense de alto el fuego en Gaza promovida directamente por Trump. Canadá, Francia y el Reino Unido han expresado su intención de reconocer un Estado palestino incluso en ausencia de una resolución definitiva del conflicto israelo-palestino, una medida que contrasta con la postura cautelosa y condicional de Washington. La brecha sigue siendo clara entre la visión estadounidense, centrada en los intereses estratégicos de Israel, y la europea, más atenta a la dimensión humanitaria y a la necesidad de un equilibrio político regional.

LA CONTROVERTIDA CUESTIÓN DE LOS GASTOS DE DEFENSA

Otra área de conflicto son las exigencias estadounidenses en materia de gasto militar. El presidente Trump ha pedido a los socios de la OTAN -la mayoría de ellos miembros del G7- que destinen el 5% de su producto interior bruto a defensa. Esta cifra es significativamente superior al anterior compromiso del 2% acordado en el seno de la OTAN. Muchos países, entre ellos Canadá e Italia, han expresado su dificultad para cumplir esta petición, que consideran insostenible a medio plazo. Canadá se ha fijado el objetivo de alcanzar el 5% del PIB en 2035, pero el compromiso parece más simbólico que concreto. La propuesta estadounidense refleja el deseo de trasladar parte de la carga financiera de la seguridad colectiva de Estados Unidos a sus aliados, pero corre el riesgo de ahondar las divisiones internas y socavar la solidaridad atlántica. En este contexto, el único aliado que parece alinearse plenamente con la estrategia estadounidense es Japón, que, a pesar de no ser miembro de la OTAN, ha aumentado significativamente su gasto militar en un esfuerzo contra China y Corea del Norte.

EL DIFÍCIL EQUILIBRIO ENTRE LIDERAZGO Y COOPERACIÓN

La cumbre canadiense puso así de manifiesto una dinámica de creciente fragmentación dentro del G7. Aunque Estados Unidos sigue representando el centro de gravedad político y militar de la alianza, su liderazgo es cada vez más cuestionado, especialmente cuando se traduce en imposiciones unilaterales. La prioridad declarada por Rubio de «anteponer la seguridad de los estadounidenses» resume eficazmente la filosofía de la actual política exterior estadounidense: una visión en la que el interés nacional prevalece sobre cualquier consideración multilateral. Este planteamiento choca con el de otros miembros, que ven en el G7 una herramienta de cooperación mundial y no una extensión de las estrategias de Washington. La tensión no sólo afecta a las políticas concretas, sino también a la propia concepción del orden internacional. Para Europa y Canadá, la estabilidad mundial requiere compromiso, multilateralismo e inversión diplomática a largo plazo; para los Estados Unidos de Trump, sin embargo, la prioridad es lograr beneficios inmediatos para la seguridad nacional y la economía, aun a costa de debilitar las instituciones internacionales.

¿HACIA UN G7 FRAGMENTADO?

La imagen que se desprende de la cumbre canadiense es la de un G7 plagado de tensiones crecientes y una sensación de incertidumbre sobre su capacidad para influir eficazmente en las principales cuestiones mundiales. La falta de una línea común sobre Gaza, los compromisos desiguales en materia de defensa, las divergencias en las políticas comerciales y la creciente asertividad de EEUU dibujan un panorama de desarticulación estratégica. La alianza que antaño representaba el núcleo político y económico de Occidente parece ahora inmersa en un difícil proceso de redefinición. El ascenso de nuevos actores globales -como India, Brasil y Arabia Saudí, invitados a la cumbre- indica que el G7 ya no es el único centro de toma de decisiones del mundo industrializado. En este escenario, la capacidad de Estados Unidos para ejercer el liderazgo dependerá de su voluntad de reconocer la autonomía de sus socios y de volver a una lógica de cooperación equilibrada.

UN NUEVO EQUILIBRIO POR CONSTRUIR

La Cumbre de Ministros de Asuntos Exteriores del G7 celebrada en Canadá ofreció una visión elocuente del estado actual de las relaciones transatlánticas. Estados Unidos, aunque mantiene un papel preponderante, debe enfrentarse ahora a la creciente intolerancia de sus aliados ante las políticas unilaterales que percibe. Canadá, Europa y Japón intentan conciliar la necesidad de colaborar con Washington con el deseo de preservar un margen de autonomía en la toma de decisiones. El G7 se enfrenta así a un doble reto: por un lado, mantener su relevancia en un mundo multipolar; por otro, reconstruir un equilibrio interno basado en la confianza mutua y en una visión compartida. La gestión de la crisis en Ucrania y Gaza, la formulación de la política comercial -cuyos aranceles siguen sacudiendo las bolsas europeas y mundiales- y la cuestión del gasto en defensa serán las pruebas decisivas para saber si el grupo será capaz de superar las fracturas actuales o si, por el contrario, la tensión entre el liderazgo estadounidense y la cooperación multilateral marcará el inicio de un lento declive del G7 como actor político cohesionado en la escena internacional.