
La directiva bloqueada de la UE sobre reclamaciones medioambientales reaviva el debate sobre el equilibrio institucional: proteger a las pequeñas empresas y respetar la integridad legislativa por encima del celo ideológico.
El caos que rodea a la directiva de la Unión Europea sobre el «trato verde» ha puesto de manifiesto una creciente fractura ideológica en Europa. Por un lado, están quienes abogan por una aplicación agresiva del Pacto Verde, ignorando a menudo sus cargas económicas y normativas. Por otro, está ganando terreno una visión más conservadora y pragmática, que da prioridad a la proporcionalidad, la claridad jurídica y la protección de las microempresas, que constituyen la columna vertebral de la economía europea.
La retirada por sorpresa de la directiva por parte de la Comisión Europea ha provocado la indignación de las facciones progresistas y liberales. Pero muchos observadores lo ven, en cambio, como un acto de responsabilidad política que debía haberse producido hace tiempo. La presidencia polaca del Consejo de la UE canceló lo que se suponía que iba a ser la reunión final a tres bandas -en la que el Parlamento, el Consejo y la Comisión habrían ultimado la ley- alegando «demasiadas dudas y confusión». Varsovia recordó a todas las partes que la calidad legislativa debe prevalecer siempre sobre la rapidez. En el centro de las preocupaciones de la Comisión se encuentra una enmienda introducida por los Estados miembros que podría imponer cargas significativas a casi 30 millones de microempresas -alrededor del 96% de todas las empresas de la UE-. Se trata de empresas que ya luchan contra la burocracia y la presión normativa, y para las que un mayor cumplimiento de la normativa medioambiental sería no sólo costoso, sino inmanejable.
Proteger la simplicidad y la proporcionalidad en la legislación no es sabotaje, es sentido común. Como explicó la portavoz de la Comisión, Paula Pinho, esta enmienda «distorsiona la propuesta» y socava su objetivo central: desarrollar mercados verdes sin perjudicar a los agentes más pequeños. En este contexto, la amenaza de la Comisión de retirar la propuesta es un uso legítimo de su autoridad basada en el Tratado Sin embargo, dentro del Parlamento Europeo, los grupos socialistas y liberales han respondido con indignación ideológica. Acusan a la Comisión -dirigida por Ursula von der Leyen- de obedecer la línea política del Partido Popular Europeo (PPE), los Conservadores y Reformistas (ECR) y los Patriotas por Europa (PfE), todos los cuales habían pedido recientemente que se retirara la propuesta. Pero esta misma acusación revela la naturaleza del conflicto: no un desacuerdo sobre detalles técnicos, sino una resistencia más profunda a la creciente influencia de una Europa pragmática y conservadora que da prioridad a la realidad económica sobre el idealismo verde.
Los críticos afirman que el PPE se ha «alineado con la extrema derecha» al oponerse a la directiva. En realidad, lo que temen es la erosión de su dominio progresista dentro de las instituciones de la UE. El proceso legislativo de la UE se basa en el equilibrio entre la Comisión, el Consejo y el Parlamento. Si se fuerza la aprobación de una directiva ignorando las graves preocupaciones de los Estados miembros y de la propia Comisión, se corre el riesgo de socavar ese equilibrio y, con él, la legitimidad del proceso legislativo de la UE.
Italia se ha sumado al cambio retirando su apoyo al mandato negociador de la presidencia polaca. Aunque inicialmente respaldó el planteamiento general del Consejo en junio de 2024, Roma ha aclarado desde entonces que nunca apoyó realmente la propuesta. Esta marcha atrás puede obligar a reabrir las negociaciones desde cero, señal de un replanteamiento más amplio de la viabilidad de la directiva. Se están planteando dudas adicionales sobre el método elegido por la Comisión para evaluar la sostenibilidad de los productos -las Reglas de Categoría de la Huella Ambiental de los Productos (PEFCR)-, que ha sido criticado por su complejidad y falta de transparencia.
Lejos de representar un fracaso, la suspensión de la directiva podría ser una oportunidad: una ocasión para replantear la política medioambiental de la UE dentro de los límites del pragmatismo económico y el respeto institucional. La política climática no puede imponerse desde arriba: debe reflejar el tejido social y económico del continente. Europa necesita escuchar antes de actuar, proteger su diversidad de economías y apartarse del radicalismo medioambiental cuando sea necesario. La visión conservadora no rechaza el cambio, sino que insiste en un cambio responsable, sostenible y realista. La paralización de la directiva sobre el lavado verde envía una señal clara: Europa está pensando de nuevo.