Cuando en los primeros días de su pontificado el Papa León XIV optó por mantener activas sus cuentas oficiales en las redes sociales, heredando así la voz digital del Papa Benedicto XVI y del Papa Francisco, muchos observadores percibieron una continuidad administrativa. En realidad, se trataba de un proyecto más amplio destinado a reafirmar la dimensión universal del mensaje cristiano en el mundo digital, donde hoy se forman las conciencias. Esto representa una transición simbólica significativa: un puente entre tres pontificados, tres visiones del mundo y tres épocas de la revolución tecnológica. Benedicto XVI, en 2012, abrió el primer perfil de Twitter, inaugurando la presencia del papado en el universo digital. Francisco amplió su alcance pastoral y comunicativo, utilizando las redes sociales como púlpito global desde el que hablar de paz, migración y desigualdad. León XIV hereda esta herramienta, pero la adapta a un reto más radical: el de la supervivencia humana en un mundo en el que surge la inteligencia artificial.
EL PROYECTO DE CONTINUIDAD
La decisión del nuevo Papa de seguir utilizando las redes sociales no debe interpretarse como un gesto rutinario. Es una postura, que afirma la continuidad del mensaje evangélico incluso en los lenguajes contemporáneos. Las cuentas, traducidas a nueve lenguas y seguidas por más de cincuenta y dos millones de personas, son hoy uno de los mayores canales de comunicación institucional del mundo. Su permanencia atestigua el deseo de la Iglesia de habitar el espacio público digital no como espectadora, sino como participante activa. El lenguaje de León XIV es sobrio, casi ascético, pero profundamente consciente del poder de los símbolos. La decisión de mantener intacta la cuenta -en lugar de crear una nueva- afirma que la figura del Papa, a pesar de su rostro cambiante, sigue siendo un signo de continuidad. Internet, lugar por excelencia de la volatilidad y el olvido, se transforma así en un espacio de memoria compartida.
PATRIMONIO DIGITAL Y RAÍCES ESPIRITUALES
La presencia del papado en las redes sociales, iniciada en 2012 con Benedicto XVI, ha pasado de ser un experimento de comunicación a una infraestructura pastoral global. Con Francisco, Twitter e Instagram se han convertido en herramientas de evangelización y diplomacia moral. Durante la pandemia de 2020, el contenido del Papa argentino alcanzó miles de millones de visualizaciones, convirtiéndose en una referencia espiritual para muchos en medio del caos informativo y el aislamiento social. León XIV hereda un legado impresionante y lo transforma en un terreno de discernimiento. Si sus predecesores habían utilizado las redes sociales como canal para hablar al mundo, él parece querer utilizarlas para escuchar al mundo: un laboratorio de observación, un lugar donde la Iglesia pueda comprender a la humanidad contemporánea. Pero el legado digital no se limita a la comunicación. El reto ya no es simplemente difundir mensajes, sino defender la verdad en una época en la que la información puede manipularse y la realidad puede simularse. Es en este contexto en el que el discurso de León XIV sobre la inteligencia artificial adquiere un destacado significado político.
LA AI Y LA NUEVA «CUESTIÓN SOCIAL
El nuevo Papa ha invocado repetidamente la figura de León XIII, autor de la Rerum Novarum (1891), texto fundacional de la doctrina social de la Iglesia. Al igual que su predecesor del siglo XIX había abordado las heridas de la revolución industrial, León XIV se enfrenta ahora a las contradicciones de la revolución digital. Su enfoque de la inteligencia artificial no es apocalíptico, sino lúcidamente crítico. Reconoce los beneficios del progreso tecnológico en los ámbitos médico, educativo y económico, pero denuncia enérgicamente la velocidad incontrolada con la que avanza la innovación, a menudo sin una reflexión ética adecuada. En una entrevista reciente, León XIV admitió que será muy difícil descubrir la presencia de Dios en la inteligencia artificial. No se trata de un rechazo del progreso, sino de una advertencia: la tecnología, si está privada de una orientación moral, puede oscurecer la dimensión de lo sagrado y disolver la conciencia y la espiritualidad humanas. Este es también el contexto del rechazo del Papa a crear un avatar digital de sí mismo, reiterando que el Papa no puede ser representado por una imagen artificial. En una época en la que los límites entre persona y representación tienden a difuminarse, esta postura tiene un extraordinario valor simbólico: la presencia no puede replicarse, la palabra no puede sustituirse por un algoritmo.
DE FRANCISCO A LEO
Para comprender plenamente la postura del nuevo Pontífice sobre la IA, es útil compararla con la de su predecesor, el Papa Francisco. Este último había inaugurado una amplia reflexión insistiendo en la urgencia de una ética global de la inteligencia artificial. En diversos documentos y discursos, definió la IA como una tecnología no neutral, capaz tanto de emancipar como de oprimir. El problema, para Francisco, no radicaba en la máquina en sí, sino en el poder que los humanos proyectan sobre ella. El Papa argentino temía que la automatización pudiera ampliar las desigualdades sociales y consolidar la dominación de las élites tecnológicas sobre los pueblos. De ahí su propuesta de un tratado internacional vinculante que regule el desarrollo de la IA según los principios de justicia, equidad y protección de la dignidad humana. Su encíclica Dilexit nos resumió esta visión en una fórmula a la vez poética y política: en la era de la inteligencia artificial, la poesía y el amor son necesarios para salvar a la humanidad. León XIV se basa en ese legado, pero lo interpreta de un modo más filosófico y teológico. Mientras que Francisco había hecho hincapié en la ética del uso, para el nuevo Papa la IA no es sólo una cuestión moral, sino un desafío ontológico: ¿qué significa ser humano en un mundo en el que las máquinas pueden imitar el lenguaje, las emociones e incluso la creatividad? La respuesta de León XIV es clara: una máquina puede imitar, pero no comprender; puede calcular, pero no discernir; puede reproducir el lenguaje del amor, pero no amar. Aquí es donde traza la línea entre lo que es humano y lo que no lo es. En una sociedad que tiende a disolver las distinciones, la Iglesia -afirma- debe ser maestra de las diferencias. Mientras que Francisco ve la IA como un campo de cooperación potencial entre la fe y la ciencia, León XIV la reconoce como un campo de batalla para la defensa de la persona humana. La IA, dice el Papa, no puede abandonarse a su suerte; debe gobernarse de modo que contribuya a un orden justo de las relaciones sociales, no a su disolución.
EL RIESGO DE DESHUMANIZACIÓN
En uno de sus primeros discursos públicos, León XIV denunció la deshumanización del mundo digital. Las noticias falsas, los deepfakes y la manipulación de imágenes y opiniones no son, para él, efectos secundarios del progreso, sino síntomas de una enfermedad más profunda: la pérdida del sentido de la verdad. Cuando la realidad se vuelve negociable y las mentiras se disfrazan de autenticidad, la propia fe corre el riesgo de convertirse en un simulacro. En un mundo en el que toda imagen puede manipularse, la confianza se convierte en un bien. Y defender la confianza significa, para León XIV, defender a la humanidad. En este sentido, su pontificado se abre con un gesto de resistencia cultural: rechazar la duplicación digital del Papa equivale a afirmar que la verdad no es un archivo replicable. La tecnología puede ayudar, pero no puede sustituir.
HACIA UN HUMANISMO DIGITAL CRISTIANO
Lo que se desprende de la comparación entre Francisco y León XIV es la progresiva maduración del pensamiento católico frente a la revolución tecnológica. Mientras el primero sentó las bases de una ética de la responsabilidad, el segundo propone límites basados en la centralidad de la persona y en la conciencia de que no todo lo posible es también permisible. El nuevo Papa no teme llamar a la tecnología por su nombre, ni denunciar los intereses económicos que la impulsan. En una época en la que la IA decide a quién se contrata, quién obtiene un préstamo, quién tiene visibilidad en las redes sociales, la reflexión del Papa adquiere un significado político global. No se limita a reclamar una ética de los algoritmos (la algorética propugnada por Francisco), sino que propone una reforma espiritual de la humanidad digital. El humanismo digital de León XIV representa la convicción de que, incluso en la era de la inteligencia artificial, la humanidad sigue estando llamada a salvaguardar lo que ninguna máquina podrá reproducir jamás: la libertad, la responsabilidad, la capacidad de amar y perdonar. El pontificado de León XIV se abre, pues, bajo la bandera de la continuidad y la vigilancia. Continuidad con sus predecesores, que llevaron a la Iglesia al corazón del mundo digital; vigilancia ante un futuro en el que la tecnología corre el riesgo de sustituir a la humanidad. Su voz, firme pero libre de alarmismo, reclama una nueva alianza entre fe y razón, entre innovación y conciencia. Si Benedicto XVI había introducido a la Iglesia en Internet y Francisco lo había convertido en una plataforma pastoral, León XIV lo transforma en un campo de discernimiento moral. Y al hacerlo, recuerda al mundo que la verdadera inteligencia no es artificial, sino humana y espiritual: es la que puede elegir, amar, juzgar y perdonar.